Sobre generaciones, esfuerzos y educación

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05 nov 2022 / 09:33 h - Actualizado: 05 nov 2022 / 11:20 h.
  • Sobre generaciones, esfuerzos y educación

El lunes pasado mis alumnos decidieron hacer un puente no oficial enlazando con el martes festivo. Mediante su representante redactaron un escrito que no era sino un comunicado de voluntades sin más aparente razón que la comodidad de no venir. En las anteriores semanas, globos sondas hacia mi condescendencia recibieron con firmeza y todo mi cariño -es real y sincero- una batería de argumentos que les remarcaba a desistir de tal propósito. Les hablé del privilegio y defensa del concepto de lo público, de la práctica gratuidad de las matrículas que pagamos entre todos, de las desigualdades de un mundo privatizado, de que tienen un horario de lujo con 4 días lectivos y uno libre para hacer trabajos y reuniones (compatible con cualquier circunstancia personal-laboral), de que se preguntaran si cuando estuvieran trabajando como docentes de primaria harían lo mismo, o de si en el caso del derecho y ejercicio de una huelga necesaria saben que los trabajadores tenemos que sacrificar el salario de esa jornada. Les hablé y les pregunté sobre conciencia colectiva, sobre obligaciones propias y sobre los interrogantes a su propia perspectiva de futuro.

Todo podría ser una anécdota puntual si no fuera por lo sintomático y expansivo a una actitud reiterada que viene sucediendo desde hace unos años y que va más allá de usar cualquier excusa (enmascarable tras una causa mediáticamente oportuna como el día de la mujer o el medio ambiente), para confundir huelga, manifestación o actividades y dejarlo todo en “me quedo en casa”. En una suerte de desidia impúdica la educación está sufriendo un proceso en el que el esfuerzo se esquiva y el conocimiento tiende a la autoelipsis. Siendo justos, la espiral de responsabilidades empieza por una parte del profesorado universitario que junto al silencio cómplice de la jerarquía institucional, incentiva este absentismo enmarcado en una deformación global de causas mucho más complejas. En mi lucha activista he advertido repetidas veces de la gravedad de la mercantilización que se produjo en la transformación de los niveles superiores educacionales y del subproducto de un perfil docente que en términos generales desecha la enseñanza y se centra en una meritocracia falsaria hacia una adulterada, burocrática e hipercompetitiva investigación.

Como suma nefasta a estos procesos, ya advertí por escrito y en su momento que la pandemia permitió el perverso experimento a escala global de una digitalización educativa encumbrada como bien necesario, lo que allanó el terreno para el nuevo escenario de subyugada despersonalización educativa. En un tiempo relativamente corto se ha incrementado una masa social aislada, insolidaria y anulada en cuanto a capacidades de reacción. El sistema de poder económico sabe que la desarticulación de la educación entendida como un aspecto esencial del bien común, es la clave para convertirnos en Hikikomoris o individuos atomizados y apartados voluntariamente en sus cubículos. En su certero análisis, el filósofo Byung-Chul Han añade que esta realidad configura una sociedad descompuesta que compite consigo y se autoexplota mediante la banalidad y el exhibicionismo digital, que no separa tiempo propio y trabajo y que esencialmente presenta una anulación de la capacidad analítica por un exceso intencionado de información.

A estas alturas espero que se entienda que mi discurso no pretende estigmatizar a un determinado sector generacional, porque realmente no son más que la exacerbación de una sociedad en conjunto hueca y perdida respecto a su destino, lo cual no es óbice para quitar la responsabilidad del deber de ser activos, luchadores y rebeldes en los cambios necesarios. Lo cierto es que las realidades que me voy encontrando en el aula -en perspectiva lineal- suponen una curva de descenso inquietante respecto a futuros formadores que presentan índices de lectura inexistentes, incapacidades dialécticas, miedos escénicos o lagunas abisales respecto a personajes, términos o situaciones temporales y espaciales básicas. Es imposible explicar fenómenos complejos o específicos de una materia si un universitario no sabe quién es Stalin o Margaret Thatcher, si confunde o ignora 15M, 11S y 11 de Marzo, si patina ante conceptos como globalización, neoliberalismo o posmodernidad, o si no conocen mínimos aspectos culturales, históricos, religiosos o políticos de un territorio concreto. Tener un esbozo general de la historia de España desde el siglo XIX, analizar la biografía de Bohórquez o Queipo de Llano, conectar en el tiempo Bizancio-Constantinopla-Estambul, saber que conecta geográficamente el Bósforo o dilucidar la importancia estratégica de Crimea no es “saber la lista de los reyes godos” (como patéticamente hacen crítica quienes desprecian el dato y la memoria comprensiva), muy al contrario es tener los rudimentos esenciales para un posicionamiento ideológico y referencial propio. Por lúgubre comparación, pregunte en un aula o en la calle por el último anecdotario de Sálvame, qué le ha pasado a Paquirrín o cómo han ido los escarceos en La Isla de las Tentaciones y ya verá como el resultado cognitivo es abismal.

Retomo lo educativo y bajamos a estratos inferiores donde el colapso a un fallido relevo humano generacional está garantizado. Que el 28% de la población no tenga más que un título regalado de secundaria, que la selectividad se convierta en un happening o que las diferentes legislaciones educativas sigan proponiendo rebajas evaluativas y de conocimientos, solo puede generar individuos planos, bloqueados y circunscritos a una conciencia irrisoria y fugaz.

Los que hacemos este tipo de crítica recibimos fuego de contrabatería por corrientes pedagógicas que van desde un falso progresismo a una ilusoria innovación didáctica. En el primer caso trabajé durante un tiempo largo con los que yo creía y respetaba como compañeros de lucha y modelos de referencia, para ir descubriendo que la ligereza de sus fachadas intelectuales insisten en tópicos maniqueos como “la educación repite modelos tradicionales de transferencia de conocimiento” o “hacer un examen está obsoleto”. La segunda línea es casi híbrida de la anterior y se detecta fácilmente en la ingente cantidad de proyectos-papers-cursos-charlas donde se reinventa la pólvora con términos como “intercreatividad, desafíos futuros, mediación, excelencia, trabajo en red” y mucho “learning” con cualquier sufijo-prefijo, concluyendo en el mejor de los casos con una gastada y tergiversada “pedagogía crítica”.

Estos dos mandamientos-tendencias se funden últimamente en ostentosas declaraciones al “Mejor Docente de España” (o del mundo...ya puestos). Como si tal afirmación pudiera tener validez en su propia esencia, compruebo que la plaga se extiende y el ridículo obsesiona a docentes que insertan su manipulación al alumnado para que les “voten espontáneamente” a candidaturas de una fundación bancaria que usa dicho recurso como mero reclamo de su “actividad social”. Al respecto circulan vergonzosos vídeos de compañeros/as en tales peticiones a sus discentes, constituyendo un crisol de neoliberalismo básico, estupidez y pretenciosidad. Quizás tengamos un futuro en el que el docente sea mitad tecnócrata y mitad animador sociocultural, las asignaturas deban quedar jibarizadas al nivel de parque de bolas y el suspenso sea una palabra que no está en el diccionario...conmigo que no cuenten. Ya sé que si eres un profesor que aporta y da el máximo de trabajo y a cambio exige y espera lo mejor de cada individuo-grupo no le espera más que el apartadero, el conato de amotinamiento o el acecho de una valoración no positiva...pero me temo que hay códigos de deber y responsabilidad profesional que no se deben vulnerar.

En el final de su tiempo el maestro Julio Anguita (no en vano fue su profesión antes de la política), se dirigió a los jóvenes con su habitual sabiduría, amor y disciplina para decirles: “Chavales que me estáis viendo: no tenéis futuro alguno. Salvo que cambiéis, no que os cambien los demás ¿eh? Que luchéis para que os lo cambien”... “Los que estéis en vuestra casa y paséis de política, empezad a leer otras cosas. Soltad vuestro rollo. Creéis que sois rebeldes. No sois rebeldes. El rebelde es el que se cuestiona lo que hay”.

Yo me puedo esperar el desastre que acontecerá en las próximas décadas con más o menos resignación o hartazgo, pero desde luego entenderé las causas de esa realidad. Las próximas generaciones van a recibir una andanada de hostias sin saber ni por donde les vienen. Me duele y entristece profundamente la crónica de un sufrimiento venidero a quienes trato de educar y cuidar en el sentido más estricto de esas palabras.