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Sobre Vargas Llosa

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12 oct 2020 / 08:22 h - Actualizado: 12 oct 2020 / 08:24 h.
  • Sobre Vargas Llosa

Los escenarios para expresar el amor son siempre imaginarios, pero superan con creces lo onírico y a veces lo alucinatorio.

Hay quienes eligen un coso taurino para dibujar la fuerza de la pasión, como Enrique Ponce (disculpen la ordinariez); o simplemente callan como Clint Eastwood, rodeado de hijos secretos e infidelidades varias y eso que no hay mejor definición del amor que la suya en los Puentes de Madison, “no quiero necesitarte, porque no puedo tenerte”...

No hay día que la arena de cualquier playa amanezca con pétalos de rosa y hasta las levantás de los pasos de la Semana Santa o las verónicas de las Plazas de Toros, surgen o fueron, algún día, decorado de la confesión de lo sentido, vestido de sublime.

Los prefacios de los libros, los poemas ocultos en lo recóndito de las páginas de periódicos vetustos, y ya las trincheras de las guerras, sirven para la absolución de la homosexualidad de algún poeta...

Pero de todos los acantilados, cataratas y hasta arbustos del primer beso bajo la luna, confieso que me ha sorprendido el emplazamiento escogido por Vargas Llosa para declamar su amor hacia su actual pareja, la filipina Isabel Preysler: nada menos que el Instituto Cervantes...

Y es que el peruano ha sido siempre hombre presto a los gestos vehementes; como cuando golpeó a un desprevenido García Márquez, allá por el año 1.976, a la salida de un cine mejicano.

La mujer de Gabo lo trivializó, calificándolo como la obra de un “celoso estúpido”, donde se ignora si la ironía es la estupidez o la adjetivación de su prolífica empresa literaria.

Hemos de reconocer que el Nobel peruano ha mejorado. Después de su fracaso político, (no hay escritor que en el fondo no quiera transformar palabras en Decretos, miren Muñoz Molina o Semprún), lo cierto es que Vargas Llosa no debe estar envejeciendo mal.

Con un rolex de oro en su mano izquierda sobre un batín de satén, recibiendo cual Príncipe de mansión en Puerta de Hierro con la Preysler de fondo exclamando “descansa ya, cariño”, (hay que preservar los derechos de autor), no se me ocurre mejor modo de declinatoria a cano del pelo.

Y como siempre, retornemos a Marx, no a Karl, sino a Groucho, y no sea que confundiendo gastritis con amor, resulte que descubramos que hasta nos hemos casado, y acabemos teniendo que abjurar, de forma póstuma, en una fría sala de vistas, presidida como único espectador por un impasible Juez de Familia.