Qué culpa tendrá la Virgen. Pero el caso es que, pasada la fiesta, un tipo al que se me ocurre cómo calificar pero está feo que lo escriba ha abandonado un buey -mitológico animal- como esos guarros que tiran un pañuelito de mocos por la ventanilla. Al animal lo han encontrado sin fuerzas, sin agua y sin comida, como un instrumento inservible y esperando lo único que quien lo ha abandonado esperaría bien lejos: su muerte.
Ha ocurrido en Villamanrique de la Condesa. Y lo cuenta hoy en El Correo el compañero Fermín Cabanillas. Supongo que muchos lectores lo considerarán un suceso más, una anécdota sin demasiada importancia, una noticia a la que colocar uno de esos emoticonos de enfado, un efecto colateral de una fiesta a la que acude un millón de personas y en la que, como en todas partes, hay de todo, incluso mamarrachos. Pero el símbolo del enorme animal abandonado a su suerte mientras miles de romeros regresan por donde vinieron es insoportable. Un ser vivo de casi mil kilos de peso que se ha pasado más de una semana a las caprichosas órdenes de un ser vil con muchísima menos dignidad, tirando de una carreta, ahogado entre las arenas de la Raya y a casi cuarenta grados de temperatura. Ahora que todo ha acabado, la estampa del buey vencido sobre la tierra, auxiliado por los agentes de la Guardia Civil y atónito ante el papeleo de la ley que persigue a su dueño en el laberinto inútil de los procesos teóricos. En la práctica, la única conclusión es que el buey ha tenido suerte porque alguien lo ha sorprendido en tan lamentable situación. Si no, hubiera sido presa de los buitres.
El asunto nos lleva al casillero de salida de todas las injusticias de esta sociedad infantilizada, hedonista, caprichosa y cruel: que sale baratísimo hacer el mal, convertir el periódico en un vertedero moral insoportable para quienes nos asomamos a la ventana del mundo más inmediato.