Un país está vivo si sus tradiciones lo están. Desde hace tiempo hay interés en acabar con algunas, unos con toda la intención y, seguramente, la razón, y otros por simple torpeza. El torero Juan José Padilla se enfundó una bandera franquista el pasado domingo en Villacarrillo y le han dado la del tigre, a pesar de que aclaró que no se dio cuenta que había cogido la bandera equivocada, la franquista. ¡Es que hay tantas! Claro, la emoción por los trofeos, la borrachera de éxito, esas cosas del arte... Toros y franquismo, una bomba. Luego hay tradiciones menos polémicas, como las romerías de los pueblos, aunque incordien tela. ¿No se puede ir al campo montado en un caballo o en una carreta sin tirar cohetes, que parece que los regalan? Le hablas a mi perro de las romerías de El Viso y Mairena y te enseña los colmillos de su abuelo. Está bien eso de conservar las tradiciones para no perder nuestra identidad, pero sin perder los tímpanos. Las tradiciones se pueden y deben mejorar y una romería es una maravilla. Pero, ¿sería mucho pedir que se olvidaran ya de los cohetes?