Vivir a cuerpo de Rey

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08 ago 2020 / 10:57 h - Actualizado: 08 ago 2020 / 12:06 h.
  • Vivir a cuerpo de Rey

El reinado de Alfonso XIII se enmarca en los convulsos tiempos del cambio de siglo, cuando la decadencia de lo que fuera imperio, la miseria social y la continuidad en una residual y cruel guerra africana, desembocan en una suerte de cogobierno monárquico-dictatorial en la figura de Miguel Primo de Rivera, a la que se añade una segunda parte o “dictablanda” con Dámaso Berenguer. La apología del rey a estos totalitarismos venía sustentada en parte por salvaguardar sus propias responsabilidades, finiquitadas con el carpetazo dado al expediente Picasso y el Desastre de Annual. Su continuidad actitudinal ideológica prosiguió tras el período republicano, al colaborar desde el exilio en el golpe de 1936, solicitando la ayuda del propio Mussolini. En la creencia de que la monarquía sería restituida, también su hijo Juan de Borbón se aprestaba a participar del lado sublevado con una misiva explícita a Francisco Franco, que fue cautelosamente rechazada. La perversa inteligencia del Caudillo tornará en una larga dictadura personalista con todo atado y bien atado, hasta que la voluntad o más bien la vejez y la enfermedad le forzarán a una reinserción programada de un joven nieto, que para ocupar su trono deberá reconocer en sacrosanto juramento las virtudes, leyes y principios del Movimiento Nacional.

Cualquier lector de una historia plural debería tener una cierta concepción crítica sobre el papel de la monarquía española en esta reciente fase histórica, por no hablar de anteriores lamentos regios como los de Fernando VII o Isabel II, entre otros. Sin embargo, la cada vez más oscurecida Transición Española parece sintetizar un modelo, que si bien aportó ciertas directrices y avances democráticos (abolición de la pena de muerte, libertad sindical, divorcio, etc.) junto a cierta materialización de progreso y riqueza colectiva, también escondía una continuidad soterrada de los poderes y estratos del régimen anterior. Tras el experimento utilitarista de un gobierno de “centro” (hoy con nombre de aeropuerto), reuniones históricas en el Parador de Gredos y en el restaurante madrileño José Luis (“pacto del mantel”), determinan el germen de la actual constitución en una serie de equilibrios imposibles y nudos específicos bien asegurados. Respecto a los últimos, se consagraron intereses privativos económicos con el tránsito directo a una economía de mercado abierta al exterior, se mantenía la tranquilidad de instituciones como la Iglesia Católica y su Concordato, se reducía a la mínima existencia simbólica al partido comunista, se empezaba a pactar de forma contenida frente a los nacionalismos independentistas, y sobre todo se dejaba un escenario de gobierno propicio a dos grandes bloques monolíticos (al estilo “turno de partidos” Cánovas-Sagasta), que durará hasta fechas recientes. Todo ello en un escenario de violencia directa y potencial con ETA, el GRAPO, la extrema derecha, la represión policial o los nostálgicos y militares de sable fácil. El conato chapucero del 23F será el escenario perfecto para el refuerzo definitivo del actual rey emérito, cuyo relato oficialista no solo eludirá las posibles implicaciones personales, sino que en estudiadísima e impertérrita imagen (ojeroso y con el uniforme de capitán general), quedará para la historia como garante y salvador de un decorado constitucional no cuestionable.

Durante los años siguientes y hasta la actualidad, la Casa Real ha sido mimada y protegida desde lo judicial (buen blindaje el artículo 56), a lo personal y mediático. Su existencia placentera entre viajes, foto de verano oficial, discursos navideños de clara obviedad, ostentosos regalos empresariales y patrocinadores y ocupaciones para toda su prole, no han procurado mayores sobresaltos que los que propiciaban su propia torpeza o descuido. La vida privada es una cuestión electiva e íntima que debe consensuar con su consorte...pero ha sido lamentable que entre todos paguemos cacerías, libido y desfogues. Que una hija se meta en un fregado fiscal con su nuero favorito y se produzca un cordón sanitario jurídico, evidencia una clara desigualdad ante la ley. Más grave...recibir comisiones millonarias de un dictador árabe, evadir ese capital a paraísos fiscales y descubierto el pastel...salir por piernas a un retiro de difícil extradición internacional. Alguien pensaría que el honor no forma parte de su credo.

Ha faltado tiempo para que buena parte de los partidos políticos “respeten las decisiones personales” y alaben el pretendido legado histórico y político del personaje. Al arco derecho se le une en alabanzas un cada vez más siniestro Felipe González (su sombra es muy alargada), y un PSOE que vuelve a los malabares para desmarcarse del socio Unidas Podemos, que acertando en las críticas, da alas al independentismo con las vueltas a una república plurinacional o reiterada entelequia de no saber quiénes o cuántas naciones somos. Volvemos a perder una oportunidad gloriosa para una España republicana, única, unida y solidaria.

Entre incomprensible y esperanzador son las reacciones populares, que se debaten entre la tontuna zafia de idolatrar a quién mueve la mano desde un Rolls Royce Phantom IV, dando por virtudes encomiables pasear entre gentiles y ser campechanos, altos o guapos, u otro sector que en tiempos de una segunda y dura crisis económica-sanitaria, empieza a entender que es bastante absurdo mantener un ornamento institucional cuyas funciones representativas y ejecutivas son bastantes prescindibles. Quizás es tiempo de cuestionar el empalagoso y adoctrinador concurso escolar ¿Qué es un rey para ti? por otras alternativas formativas. Mientras amaina o arrecia el temporal, la duda asalta a concejales, alcaldes, rectores y presidentes autonómicos sobre el callejero de avenidas y plazas, hospitales y universidades, monumentos o medallas honoríficas. En caso improbable de Damnatio memoriae generalizado, van a necesitar un presupuesto específico en obras y servicios.

Conectando lo último con el mundo castrense, y encontrándome entre los que valoramos a los militares como defensores de la libertad y el sentir patrio, sus marcados códigos de conducta y deber, poco tienen en común con lo descrito en estas líneas. Puedo entender el peso de las tradiciones o la ligazón histórica de las Fuerzas Armadas y la Corona, pero es tiempo de centrar sus funciones lejos de cetros y mitras, para servir no ya al gobierno legítimo que corresponda, sino para defender un pueblo y territorio conjunto con la noble disposición al sacrificio de sus vidas. Lo simbólico adquiere su valor, y por ello sería bueno retirar la nomenclatura Juan Carlos I, Almirante Juan de Borbón e Infanta Cristina para buques de la Armada, o Rey Alfonso XIII, (mucho menos Comandante Franco o Millán Astray), para unidades orgánicas terrestres. Se me ocurrirían nombres con mayor dignidad como Capitanes Galán y García, o General Modesto, pero no apostando por una fácil confrontación, optemos por personajes o conceptos unificadores. Un regimiento Daoiz y Velarde o una fragata Libertad suenan bastante bien...es cuestión de confluir.