Volverse a encontrar

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07 nov 2018 / 10:06 h - Actualizado: 07 nov 2018 / 10:34 h.
"Excelencia Literaria"
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Por Irina Galera, ganadora de la X edición www.excelencialiteraria.com

En la escuela de Mareseville solo aceptaban señoritas educadas.

«¿Educadas?...», pensó Sonja Morrison.

En realidad, a ella no le parecía que sus compañeras guardaran tanto las formas. Las chicas podían llegar a ser muy desconsideradas, sobre todo cuando se burlaban de ella. Sonja se sentía rechazada y pasaba los recreos escondida en el cuarto de baño del quinto piso. Era su refugio durante las horas de ocio.

La líder del grupo más pendenciero, Roberta Bullingson, le tenía inquina. Roberta odiaba a Sonja por sacar mejor notas que ella. Los padres de Roberta le decían a diario: «Deberías ser como Sonja. Ella sí que es una chica responsable y trabajadora». Esta presión continua desmoralizaba a Roberta y le bajaba la autoestima. Para recuperarse, se dedicaba a criticar a Sonja con su grupo de amigas. La mayoría de sus fieles no tenían nada en contra de «la empollona», como solían llamarla, pero la atacaban verbalmente para congratular a Roberta, que tenía dotes de liderazgo. y su poder se extendía sobre todo el aula. Sabía que su influencia atraía a sus compañeras.

Sonja, que carecía de capacidad social, tenía potencial académico, lo que la hacía impopular. Además era tímida; le costaba relacionarse, justo lo contrario de Roberta. Sonja envidiaba la capacidad innata de «la líder» para llevar el timón del curso, ser encantadora e irradiar simpatía. La envidia de Sonja era percibida por su enemiga y esto aumentaba el desagrado mutuo.

Pasaron algunos años de lucha: una apoyándose en su dominio de la colectividad, otra escabulléndose. Al final se graduaron y sus vidas se separaron. O eso parecía.

Se volvieron a encontrar en una empresa de marketing online, especializada en llegar a los posibles consumidores a través de la red. Sonja, después de obtener el grado en Publicidad y Marketing, fue contratada por la empresa. Roberta, que se había graduado en Relaciones laborales, entró a trabajar en el departamento de Recursos Humanos. Aquellas dos chicas que se habían llevado fatal durante tanto tiempo se encontraron, cara a cara, trabajando juntas. Se dieron cuenta de que sus circunstancias habían cambiado: ni una era ya una marginada ni la otra la líder de la clase. Ambas eran eslabones de una misma cadena. A la vez que desaparecían sus diferencias se fueron dirimiendo sus rencillas. No eran tan distintas, al fin y al cabo.

Un día se quedaron repasando sus respectivos proyectos hasta tan tarde que ya no quedaba nadie más en la oficina. Aprovecharon para hablar del pasado que habían compartido. Ambas supieron que se habían envidiado la una a la otra por distintos motivos. Roberta reconoció haberse ensañado con Sonja al poner al resto de la clase contra ella. Sonja admitió que algunas veces había presumido de sus calificaciones, segura de que eso le molestaba a Roberta, y que no hizo mucho esfuerzo por vencer su timidez. Con el tiempo habían tenido que olvidarse de sus chiquilladas: Roberta empezó a estudiar en serio cuando, durante la carrera, sus padres la amenazaron con dejar de pagarle la universidad. Sonja, por su parte, tuvo que aprender a dominar el miedo a expresarse en público cada vez que tenía un examen oral, debía poner una reclamación o ir al banco a resolver sus cuitas.

A la fuerza habían comprendido que, cuando aparece la necesidad, sobran las excusas y solo queda actuar.