La Tostá

Y Manuela se quitó los zapatos

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Manuel Bohórquez @BohorquezCas
30 sep 2021 / 08:06 h - Actualizado: 30 sep 2021 / 08:08 h.
"La Tostá"
  • Y Manuela se quitó los zapatos

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A estas alturas de mi vida de crítico flamenco y aficionado pocas bailaoras me gustan hasta el punto de ir a Málaga desde Sevilla y volver en la misma noche para verla bailar en un coliseo como el Teatro Cervantes. Los años no pasan en balde. Ayer se clausuraba la Bienal de Flamenco de Málaga con un nuevo espectáculo de la bailaora sevillana Manuela Carrasco, Aires de mujer, y no me lo pensé. Manuela es una necesidad, como una terapia para el alma. Una artista capaz de lo más sublime y también de eso que te deja frío y no sabes muy bien por qué. Quizá porque el arte no siempre se manifiesta, aunque viva en la piel de una artista. Me gusta Manuela sin muchos adornos, sencilla, natural, sin oropeles, que es cuando es ella misma y saca eso que solo tienen dentro los elegidos. El espectáculo no estuvo mal, ni tampoco bien del todo. Pero cuando Manuela se echa una obra a sus espaldas, como hizo anoche, salen cosas emocionantes, y las hubo. El momento de darle la alternativa a su hija Manuela, por ejemplo, que baila con una raza increíble. “Está asalvajada”, se oyó en el patio de butacas, y es verdad. Fue como ver salir una flor de entre las piedras. Una rosa morena y fresca. ¡Ay, si llegan a estar Enrique el Extremeño y José Valencia! No es que no estuvieran bien La Macanita, Tamara Amador y Anabel Valencia, pero Manuela Amador Carrasco, la hija de Manuela Carrasco, pedía a voces otra templanza. Baila colocando bien la cabeza, mirando siempre al frente, con enjundia y sin trucos. No se encorva y, aunque sube poco los brazos, tiene una gran personalidad. Y cuando parecía que nos íbamos a tener que ir a casa sin esos bocados que dan los duendes en la sangre cuando llega el tárab, Manuela, la madre, perdió un zapato, se quitó el otro, se le vino el hervor del baile gitano a la cabeza y lió la marimorena, poniendo al público en pie en unas bulerías antológicas. Descalza, se le posó en la cara el pájaro de la felicidad y en dos minutos, solo en dos minutos, cerró la Bienal malagueña por todo lo alto. A veces uno hace quinientos kilómetros sin mucha esperanza de que te den con el duende en la cara, pero suele suceder y cuando ocurre es algo inenarrable. Esa bulería vino después de una nana lorquiana en homenaje a Susana Amador, La Susi, cuñada de Manuela, que nos hizo llorar. El flamenco tiene esas cosas: lo mismo te mata de pena que te saca una sonrisa. El magno festival malagueño no podía haber acabado mejor que con una Manuela Carrasco inspirada que supo atrapar en el aire ese instante que solo sucede cuando el artista se relaja y se olvida del guión. O cuando, como anoche, un zapato decide saltarse el aburrido protocolo.