Yo regalo, tú regalas

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30 dic 2017 / 20:38 h - Actualizado: 30 dic 2017 / 20:39 h.

La costumbre de regalar es tan antigua como el hombre. En la prehistoria, individuos y tribus ya se intercambiaban conchas y amuletos como señal de buena voluntad, y en Grecia y Roma los regalos llegaron a adquirir la consideración de un deber tanto religioso como social. Joyas, objetos de metal, dulces y todo tipo de exquisiteces gastronómicas eran ofrecidos a amigos y parientes como un símbolo supersticioso de buenos augurios. En la celebración romana de las Saturnales, que eran como una mezcla de navidad y carnavales, el regalo tenía un protagonismo fundamental.

Aunque por definición regalar es dar algo sin recibir nada a cambio, ya desde los albores de la humanidad el regalo fue una manera de establecer alianzas, aplacar enfrentamientos, agradecer favores o propiciarlos y en general siempre fue común que el regalo llevara implícita la obtención de algún beneficio.

La Navidad, y en España especialmente los Reyes Magos, son las fechas de mayor intercambio de regalos en la cultura occidental. Son las fiestas del regalo, por decirlo más gráficamente, y desde hace muchos años, las fiestas de las aglomeraciones en los centros comerciales de todas las ciudades. Lo cierto es que aunque muchos de nosotros estemos hartos y expresemos nuestro malestar con tanto derroche consumista y con el hecho de pasarnos las fiestas de tienda en tienda buscando los obsequios más originales para la familia, la costumbre de regalar no la inventó el corte inglés, ni mucho menos.

Cuestión diferente a discutir sería la naturaleza de los regalos y su valor, porque posiblemente hemos perdido la medida y llegamos a creer que lo que ofrecemos vale más cuanto más caro, y eso sí que deberíamos hacérnoslo mirar. Pero dejaremos este asunto para otra ocasión porque yo intentaba llevar la reflexión hacia otro lugar: dicen que el día después de los Reyes es la jornada con más devoluciones en los comercios. Entre que comienzan las rebajas y que muchísima gente, por las más diversas razones, cambia o devuelve los regalos que han recibido, las tiendas viven una tremendísima invasión y las colas en las cajas son una experiencia verdaderamente fastidiosa para despedir las fiestas navideñas.

Pues no sé por qué. Deberíamos aprender de la Gran Bretaña, que tanto nos ha enseñado en el terreno de la evolución. Según las estadísticas (de las que es mejor no fiarse pero que orientar, orientan), los británicos re-regalan más de la mitad de los obsequios que reciben. Vamos, que los utilizan para regalarlos a otras personas. Habrase visto cosa más cutre. Se trata de una deformación cultural, sin lugar a dudas, porque aquí, que yo sepa, ésa es una práctica sutilmente... vergonzosa.

Por lo menos a mí me han enseñado que hay que valorar los regalos por la intención, no por el acierto, de tal manera que guardo en mi casa auténticas inutilidades por el valor sentimental que les atribuyo. Desde colonias caducadas a figuras decorativas, pasando por horrendos cuadritos más o menos exóticos que alguien me trajo de un largo viaje... poseo una enorme colección de regalos que podría haber endosado a otra persona, pero que no.

Es muy cierto que, pese a su propia definición, los regalos, más que ofrecerse, se intercambian. Vamos, que la mayoría comparamos lo que damos con lo que recibimos aunque nunca lo queramos reconocer. Pero en el caso de los ingleses, y si la costumbre de reutilizar el regalo está verdaderamente tan extendida, el riesgo es que, con tanto pasar de una mano a otra, al final te regalen... exactamente lo mismo que obsequiaste tú.