San Diego regala belleza en un nuevo 13 de noviembre

El Patrón de San Nicolás del Puerto y de la Sierra Morena de Sevilla procesionó un año más en un pueblo que demostró su eterna devoción hacia él. El acompañamiento musical volvió a correr a cargo de la Banda de Música de Alanís. Los momentos más destacados tuvieron lugar con la petalada y la entrada en la calle San Diego.

14 nov 2019 / 11:01 h - Actualizado: 14 nov 2019 / 11:09 h.
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Pocas imágenes irradian tanta belleza como la de San Diego por las Calles de San Nicolás. Y no solamente por la divina imagen de este franciscano canonizado por Sixto V en 1588. San Diego, más que una imagen, mueve un sentimiento. Para empezar, porque es el Patrón de San Nicolás del Puerto, y además, porque lo es también de toda la comarca de la Sierra Morena de Sevilla. Pero es que, además de eso, cada paso que da San Diego es un vuelco en el corazón de todo aquel que lo acompaña. Es el silencio y el bullicio. Es el frío y la serenidad. Es la noche, la tarde, el día, el amanecer y el tiempo detenido por instantes.

San Diego regala belleza en un nuevo 13 de noviembre

Un año más, como cada 13 de noviembre, San Nicolás del Puerto rindió pleitesía a su patrón con una procesión por las calles de su pueblo. Ya por la mañana, los cohetes rompían el cielo cubierto y desafiaban la niebla espesa para dar comienzo a la tradicional diana por las calles de la localidad. Era un aperitivo de lo que vendría a la tarde, y ello se encargaba la Banda de Música de la localidad vecina de Alanís. A ritmo de pasacalles con Los Generales, El turuta o El gato montés entre otras piezas, comenzaba un día grande en San Nicolás. Tal vez el más grande del calendario anual. Y no es para menos.

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El clima respetó

Ya en la tarde, antes de que esta rompiera, y concretamente a las 16 horas asomaba por las puertas de la Parroquia de San Sebastián la imagen solemne de San Diego. Ponía música, nuevamente la Banda de Música de Alanís. Y aunque la previsión era de tarde fría y desapacible, una vez más el santo obró el milagro y no se movió ni un ápice de aire, por lo que el frío decidió respetar, no podía ser de otra manera, día tan señalado en el calendario para los maruchos. Ni tan siquiera en las inmediaciones de la rivera, lugar húmero por antonomasia, hizo presencia ese frío impertinente de otras noches. Para entonces, San Diego ya se había dado un baño de masas gracias a sus vecinos y a quienes sin ser de San Nicolás sienten verdadera devoción por él. Ya había llovido trigo sobre el patrón, como de costumbre y ya los oídos de cada uno de los presentes se habían llenado de emoción gracias a obras como Aires de Triana o la siempre dulce Pasa la Virgen Macarena.

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Cruzó entonces la comitiva el puente romano, en uno de los momentos más significativo de la procesión, para, poquito a poco, ir despidiendo la tarde y dar la bienvenida a la noche. La transición que consigo trajo el atardecer no hizo sino embellecer aún más una procesión que con el paso de los minutos y las horas iba ganando en afluencia. La subida de nuevo hacia la Plaza se volvió festiva, con balcones y calle adornada y con los sones de Esperanza de Triana Coronada. El corazón, sin embargo, latía a mil por hora incluso después de aquel momento, esperando dos colosales momentos como eran la petalada, acompañada de vítores y vivas y, sobre todo, el misticismo de la Calle San Diego, donde la imagen del Patrón de San Nicolás y la Sierra Morena de Sevilla encaró la casa donde nació el franciscano, en medio de la más absoluta oscuridad y con la melodía bella e inconfundible del Ave María.

Puja de devoción

Como de costumbre, antes de poner fin a un hermoso día, la hermandad celebró a las puertas de la parroquia la tradicional puja, en la que fueron subastados los seis palos del paso de San Diego para su recogida. Un acto este, que congregó a un gran número de personas y demostró una vez más la fidelidad de un pueblo a su patrón, en una de las noches más bellas del calendario.