Son y están

«Con mis nuevas cerámicas quiero evocar el renacer que necesitamos tras superar el covid»

Yukiko Kitahara. Ceramista. Es, dentro del panorama de artesanos de Sevilla, la creadora con más renombre nacional e internacional. Vive y trabaja la porcelana desde hace más de 20 años en Gelves, fue galardonada en 2016 con el Premio Nacional de Artesanía, y la Michelangelo Foundation, con sede en Ginebra (Suiza), la ha incluido en la Guía de la Excelencia Europea en Artesanía.

Juan Luis Pavón juanluispavon1 /
28 mar 2021 / 09:57 h - Actualizado: 28 mar 2021 / 10:00 h.
"Son y están"
  • Yukiko Kitahara, en su casa-taller de Gelves, donde crea sus muy valoradas porcelanas. / EL CORREO
    Yukiko Kitahara, en su casa-taller de Gelves, donde crea sus muy valoradas porcelanas. / EL CORREO

“Mi vida es la cerámica, la porcelana. Cuando era niña, mi abuelo me decía: “Tienes que ser como la porcelana. Aparentemente delicada, pero realmente resistente, fuerte”. Yukiko Kitahara nos lo cuenta desde su casa-taller de Gelves, su Taller Kúu, y así lo define: “Es un espacio vacío lleno de energía, que no se puede dimensionar, donde la creatividad no tiene límites ni barreras, donde todo puede suceder”. Ahí resiste, afanada en sus porcelanas, a la amenaza del covid. La que ha obligado a posponer su boda civil en el Ayuntamiento de Sevilla con su compañero, Guillermo Gil Álvarez, también artesano. “Llevamos muchos años viviendo juntos, Guillermo ha cumplido 60 años, nos vamos haciendo mayores, y, por si pasaba algo que a futuro generara problemas, decidimos formalizar legalmente nuestra unión. Teníamos concertada fecha en 2020 pero hubo que aplazarla. Tampoco tenemos prisa. Estamos juntos”.

¿Cuáles son sus raíces familiares?

Nací hace 50 años en Kofu, una ciudad que está al pie del Monte Fuji. Todo el día estaba presente la vista de su cumbre. Mi familia se ha dedicado durante varias generaciones a elaborar y cocinar sushi de modo artesanal. Mi padre, mi abuelo, el hermano de éste, y mi tío, y primos... Cuando yo era niña, estaba siempre rodeada de sushi. Mi padre, cocinero, siempre me hablaba de lo importante que era la vajilla, porque comer no es solo llenar el estómago. Tengo una hermana mayor, trabaja como administrativa. De pequeñas, una vez al año, en diciembre, acompañábamos a mi padre a seleccionar y comprar vajillas, y me gustaba verlas. Quise aprender a ser artesana de la cerámica.

¿Por qué ha hecho de España su lugar en el mundo?

Empecé a interesarme por España por programas de televisión y radio en 1992, con motivo de los Juegos Olímpicos de Barcelona. Al año siguiente, un español acudió a nuestra clase de cerámica. Y mi interés aumentó más cuando conocí a un japonés que vivía en Granada, donde en el pueblo de Pitres tiene la empresa Chaccott, de zapatillas para bailarinas y gimnastas. La beca que había recibido para mis estudios de cerámica en la ciudad de Aichi la guardé y con ese dinero viajé a España en 1993. Me gustó mucho el país. Y en 1994, cuando estaba terminando mi formación, decidí abandonar Japón. Mis padres habían fallecido. Mi tía ejercía como tutora y no me sentía nada bien con ella ni con su marido, que era familia del gobernador de mi provincia. Me sentía muy presionada. Tenía la necesidad de huir. Solo conocía Corea o España. Y pensé: cuanto más lejos, mejor.

¿Dónde empezó?

En Granada, donde fui a la Escuela de Idiomas. Después me asenté en Las Alpujarras, porque en Pitres estaba ese empresario japonés, había también un ceramista japonés, e incluso el alcalde hablaba japonés.

¿Cuáles fueron sus primeros trabajos en España?

Participé en Sevilla en la restauración de las cerámicas de la Plaza de España. Un lugar que me había impresionado muchísimo cuando lo visité en mi primer viaje. Fue una convocatoria del Ayuntamiento de Sevilla para trabajar durante un año, era un taller de empleo, había 30 plazas. Desde Granada lo solicité, en la selección quedé en el puesto 31, pero la chica que sacó el número 1 renunció porque consiguió un trabajo mejor, y así quedó hueco para que yo entrara. Había dos grupos, uno se dedicaba a restaurar piezas y otro a crear las reproducciones, donde me asignaron. Hicimos los azulejos para los bancos dedicados a provincias como Ávila, y para los anaqueles ideados con el fin de que los visitantes a la plaza encontraran libros y se sentaran a leerlos. Para mí fue una gran experiencia. Sobre todo en lo personal. Porque ahí nos conocimos Guillermo y yo. Él era monitor de esa escuela-taller.

Es evidente que le gusta combinar el espíritu artístico y el ecológico. ¿Por alguna vivencia que le haya marcado?

Sí, mi periodo de vida en Las Alpujarras me ha marcado mucho. Vivía en una casa entre Pitres y Capilerilla, un pequeño pueblo con muy pocos habitantes. Para tirar la basura, había que coger el coche y depositarla en Pitres. Ahora ya tienen contenedor. Y el suministro de agua se interrumpía muchas veces. Me impactó también el conflicto por el uso del agua entre vecinos y extranjeros que se habían asentado allí, cuando son ingleses y alemanes muy amantes de la naturaleza, y muy concienciados con el cambio climático. Aprendí mucho con ellos. En mi taller en Las Alpujarras hacía esculturas, siempre conceptuales. Cuando empecé a vivir y trabajar en Gelves, que es donde Guillermo tenía casa, quise empezar a transmitir ese mensaje a través de objetos útiles, y ahí nacieron esas piezas cerámicas en las que los animales son una figura protectora.

¿Su taller es para usted como un santuario?

Totalmente. Además, un poco japonesa. Normalmente, los japoneses entran en el trabajo diez minutos antes de su horario. Yo lo hago por lo menos cinco minutos antes de las 9 de la mañana. Ya quiero comenzar. Y también son muy japoneses mis criterios de orden y de limpieza en el taller. En él soy más ordenada que en el resto de mi vida personal.

Para crear, ¿qué prefiere de compañía, el silencio o la música?

Cuando hago algo muy creativo, necesito meterme en mi mundo, necesito desconectarme del todo y lo consigo poniendo música. En otros momentos, sobre todo cuando está mi ayudante, hay silencio y conversamos mientras trabajamos.

¿Cuáles fueron sus primeros clientes?

En 2012, en el Mercado Navideño de Artesanía que se celebra en la Plaza Nueva de Sevilla. Era la primera vez que presentaba mis piezas. Y no tenía ni idea de poner precios. Ni lo había pensado, porque nunca imaginé que alguien iba a comprarlas. El día anterior a la inauguración, cuando estábamos montando nuestro expositor, se acercó un hombre extranjero y quiso comprar una taza. Yo no sabía qué hacer. Sobre la marcha, me inventé los precios. Y me equivoqué totalmente. Los puse tan baratos que durante el periodo del Mercado hubo colas, y el último día me había quedado sin existencias. Las vendía por un tercio del precio que debía haber establecido. Nos sirvió de lección. Y aprendimos a acertar cuando empezamos a vender en la tienda del Museo Thyseen de Madrid. Tenemos muy buena relación con ellos.

¿Cómo la descubrieron?

Participé en 2013 en la Feria de Diseño de Madrid. Ahí conseguí su contacto. Cuando empecé a llamar a tiendas de museos, vi que la del Thyssen cuenta con muchos diseñadores y encargan piezas inspiradas en cuadros del museo, para que se vendan en la tienda. La primera que hice para ellos fue a partir de 'El jardín del Edén', pintura de Brueghel el Viejo. Es una taza que lleva un tigre. La última hasta ahora es un plato, con abeja, inspirado en 'Vaso chino con flores, conchas e insectos', de Balthasar Van der Ast.

Tiene doble mérito que en España le dieran en 2016 el Premio Nacional de Artesanía.

Me lo concedieron en la modalidad producto, con la serie 'Usar y no tirar', relacionada con el tema del medio ambiente, con el reciclaje. Fue muy importante para que me conocieran muchas revistas especializadas en artesanía, arte, interiorismo,...

¿Cuáles son otros museos donde se venden sus creaciones?

Por ejemplo, el Museo Picasso de Málaga, el Museo Guggenheim de Bilbao, el Museo del Diseño en Barcelona, en los Caixaforum, y los museos de Portugal que gestiona su organismo de Patrimonio Nacional. A mí siempre me ha encantado visitar las tiendas de los museos, curiosear, y comprar algún capricho. Más aún desde que hace años voy para observar qué se vende, cuáles son las piezas de otros diseñadores, qué precio tienen, en qué se fijan los visitantes...

¿Cómo se relaciona directamente con las personas que se interesan por sus cerámicas para saber qué les gusta más o menos?

Obtengo muchas referencias en el mercado navideño de Sevilla, que ahora se llama Feria Creativa de Artesanía. Presento cada año mis nuevas creaciones y observo las miradas del público, y escucho las opiniones de muchas personas, entre las que están quienes son clientes desde hace tiempo. En la de 2020 no he participado por miedo al covid, porque tengo una enfermedad crónica y mi riesgo es mayor.

Casi todas sus piezas son de color blanco marfil. ¿No le tienta incorporar colores?

Soy amante del té, y cuando lo pones en una taza blanca, disfrutas también de su color. En un plato blanco, sucede lo mismo con todos los colores de la comida. Mi padre siempre me decía: “La vajilla es simplemente para apoyar la comida. No debería dar tanta protagonista”. Precisamente este año 2021 vamos a sacar una colección, de nombre 'Sevillana', en la que para darle más alegría a los animales están pintados con lunares rojos. Con un rojo que se hace con una técnica de la escuela japonesa de cerámica en Arita. Lo siento como una fusión entre Sevilla y Japón. Como yo, que llevo ya casi la mitad de mi vida en España y me siento medio española medio japonesa.

¿Y en Japón compran su cerámica?

Aún no. El covid ha impedido que se iniciara allí un proyecto interesante. Cuando esté calmada la pandemia, lo comenzaremos. Ya quiero llegar a Japón.

¿Cómo la han seleccionado en 2020 desde la Michelangelo Foundation para formar parte de la Guía de la Excelencia Europea en Artesanía?

Fue una gran sorpresa. Fundesarte, la entidad que organiza el Premio Nacional de Artesanía, propuso candidaturas de numerosos artesanos españoles. Me incluyeron. Y el equipo de la Michelangelo Foundation. Yo no sabía nada. Y el verano pasado recibí un correo electrónico comunicándome que había sido seleccionada. Y que iban a difundir mis creaciones para dar más visibilidad internacional a quienes consideran artesanos de alto nivel. Más adelante, organizarán actividades presenciales con los elegidos: exposiciones, presentaciones, congresos,...

¿Tiene mucha relación con artistas y artesanos en Sevilla?

Sí, hay muchos compañeros interesantes en la Federación de Artesanía de Sevilla. Y Guillermo ya tenía muchos amigos artistas, estudió en la Facultad de Bellas Artes.

¿Qué le comentan sobre sus creaciones?

Que basta ver cualquier pieza para saber que es de Yukiko. Que tengo un estilo bien definido.

Precisamente en Gelves está la Escuela de Formación de Artesanos 'Della Robbia'. ¿Tiene vinculación con ella?

Sí. Les ayudamos, y tenemos en prácticas a algunos alumnos cuando acaban el curso. Durante diez días en dos semanas. Solo de uno en uno, porque nuestro taller es pequeño.

En casa de herrero, cuchillo de palo, ¿o en su vida cotidiana sí utiliza sus cerámicas?

Sí, nosotros las usamos a diario, por ejemplo para tomar el té. Y las metemos en el lavavajillas. Como platos hago menos, suelo usar platos de La Cartuja de Sevilla. También trabajé para esa empresa, hice el diseño de una tetera con cisne.

Aproximadamente, ¿cuántas piezas produce al cabo de un año?

Más de 2.500. Muchas son tazas.

¿Le hacen muchos encargos de piezas especiales e individuales?

Suelen pedirme tazas pequeñas con un toque especial. Hay también otro tipo de encargos. Ahora estoy haciendo un marco de espejo para una violinista de Sevilla que es cliente habitual. Me dio libertad creativa y que incluyera la figura de su perro, que murió, y al que tenía enorme cariño.

¿Se ha familiarizado con la venta a través de internet?

Es la asignatura pendiente. En nuestra página web se pueden hacer peticiones, pero aún no tenemos incorporado el proceso de pago directo. Debo despabilarme un poco en esto.

¿Cómo está consiguiendo mantenerse desde que hace un año irrumpió la pandemia covid?

Estamos sufriendo mucho. Al menos, tengo la ventaja de que al ser una vivienda-taller, no necesito salir a la calle para trabajar. Cuando en marzo del año pasado empezó en España el confinamiento, y se cerraron tiendas y museos, era un momento en el que teníamos muchas peticiones. Menos mal que eran pedidos solicitados desde Asia, sobre todo de un museo en China, y de una tienda especializada en interiorismo en Yakarta, la capital de Indonesia. En verano, hicimos una buena venta a Marabierto, que está en Punta del Este (Uruguay). Desde el otoño, se han ralentizado las ventas. Cuando eso ocurre, me dedico más a la escultura, y a presentarme a concursos. Hace poco nos han seleccionado para el concurso internacional de cerámica en Aveiro (Portugal), tengo que enviar una pieza.

¿Hay más clientes fuera de España?

En Asia hay más personas con riqueza que deciden comprar y utilizar una taza cuyo coste es de 70 o 100 euros, es al precio que se venden en China, casi al doble de precio que en España. En parte por los costes de envío.

¿Cuál es ahora su principal motivo de inspiración, en este contexto vital de la crisis covid?

Quiero rematar toda la línea de creaciones en mi proyecto 'Usar y no tirar'. Me gustaría rematarla con una pieza que sea la mejor posible. Tengo en mente una técnica japonesa de reparar piezas rotas, se llama kintsugi. Cuando se rompe la cerámica, se pega con laca japonesa, y donde está la línea de unión se pinta con polvo de oro. Y eso evoca como nacer de nuevo. Esa filosofía es la que quiero aplicar. Tenemos que renacer de esta época covid. Es lo que quiero evocar.

Como ciudadana de Sevilla, ¿cómo ve la evolución de la sociedad sevillana?

Siempre tengo dudas sobre si he cambiado más yo o han cambiado más ustedes. También ha cambiado mi forma de mirar. Antes de viajar por vez primera a España, creía exageradamente que todos los españoles eran alegres y estaban siempre bailando. Mi mayor descubrimiento fue ver cómo ustedes saben disfrutar la vida. Con muy poca cosa, con muy pocas pesetas, que era la moneda de entonces. Se han hecho más consumistas, como se vio en la época de la 'burbuja' inmobiliaria, pero siguen sabiendo vivir bien. Por mi filosofía budista, intuyo que cuando superemos una situación tan crítica como esta crisis del covid, vamos a aprender a mejorar algunos aspectos de nuestra vida individual y en común. Van a ser cambios positivos tanto en la forma de ser como en la forma de vivir.