No hay nada más sevillano que un roneo en plena Feria de Abril. Imaginen la escena. Caballero y dama que se buscan por el Real y no se encuentran, en un sí pero no que al final acaba siendo un «ya era hora». Tampoco es que le pusieran mucho ímpetu, todo sea dicho. Pero al final pasó, con la caseta de la Cadena Ser como testigo. Pedro Sánchez encontró a Susana Díaz, que sabe moverse como nadie por el Real. O más bien lo contrario, porque el líder de los socialistas tuvo que aguantar estoicamente la horita larga que Díaz alargó el reencuentro.
La presidenta llegó con ese séquito que no se separa de ella ni un instante. Segura de sí misma, sonriente, vestida con un traje de flamenca verde agua y con su primogénito, de corto, entre sus brazos. «¡Guapa, guapa!», le gritaban desde la caseta de al lado. Menudo subidón de autoestima. Como a Moisés se le abrieron las aguas del Mar Rojo en busca de la tierra prometida, Díaz logró hacerse hueco entre el gentío para llegar a los brazos del líder de su partido. A las 15.12 horas fue el beso. Cortés y educado, sin alardes. Con Espadas de anfitrión de la escena y una nube de flashes que atestiguaban el instante.
Sánchez y Díaz sonreían, se miraban y cruzaban las palabras justas. Eso sí, sin brindis que sellara el pacto fraternal del Real. Y mira que la prensa lo pidió, insistió, e incluso rogó a la presidenta. Pero no hubo manera. Alegría pero sin pasarse, que pensaría Díaz. Así que visto el panorama, los dos optaron por darse un baño de masas con los sevillanos que se acercaban a la valla de la caseta. Llegó el momento de los selfies. Primero, Pedro Sánchez, al que asaltaba todo el público femenino de la Feria, algunas de ilustre apellido y cargo político a sus espaldas. Luego, Susana Díaz, que no escatimó ni en besos.
Sonó la campana y acabó el desfile de cámaras. Tras compartir viandas, cada uno siguió con su plan. Al líder de los socialistas se le vio por la caseta de su partido y en la de los sindicatos. «Que pase el siguiente», decía un ciudadano ante la catarata de fotos. Y Sánchez sin perder la sonrisa. ¿Será cierto eso de que la procesión va por dentro?