El diario que no se escribió

Para quienes nacimos en los estertores de la II Guerra Mundial y en medio de los Años del Hambre españoles, el año 1968 amaneció cargado de horizontes

26 may 2018 / 22:45 h - Actualizado: 26 may 2018 / 22:46 h.
"1968: el éxito del fracaso"
  • El diario que no se escribió

Al contrario de esas páginas secretas del Diario de Ana Frank que aparecieron hace unos días las de éste que traigo ahora aquí no podrán aparecer nunca: están escritas únicamente en esa libreta de los circuitos cerebrales que cada cual puede intentar releer con el mismo trabajo que un niño emplea en intentar reproducir vocalmente las letras del catón o reinventar usando, consciente o inconscientemente, las trampas del solitario.

Para quienes nacimos en los estertores de la II Guerra Mundial y en medio de los Años del Hambre españoles –los Años Bárbaros en los que el maquis fracasaba y, al mismo tiempo, las democracias vencedoras en la contienda enterraban las últimas esperanzas de que por aquí llegara Mr. Marshall– 1968 amaneció cargado de horizontes. Sin saber que unos meses después llegaría una revolución a la colina parisina de Santa Genoveva en la que, desde la Edad Media, se asentaba la Universidad de la Sorbona y que, desde allí, su rumor de dies irae se extendería a todo el mundo, en las facultades universitarias de Sevilla cada curso había elegido los delegados que les permitía una tímida reforma de la democracia orgánica de la dictadura.

El paso del tiempo va difuminando que desde esa débil estructura (teóricamente, sólo un cauce pedestre para demandas formales) partía una actividad inusitada en los campos más diversos; una actividad que pretendía, ni más ni menos, que sustituir las materias y asignaturas del currículo oficial por otras con las que superar el escolasticismo extenuante y estéril. Desde las primeras horas de la tarde y hasta entrada la noche se ponían en marcha en las aulas de la vieja fábrica de tabacos las iniciativas más insospechadas.

En las aulas donde, por la mañana, el vetusto profesorado impartía la misma lección de veinte años atrás, se estrenaban por la tarde obras de teatro de autores noveles como Paco Díaz Velázquez, Alfonso Jiménez o Miguel Ángel Rellán, se organizaban debates acerca de la Teología evolucionista del jesuita Theillard de Chardín, se leían poesías de autores que ahora son no los más clásicos del mundo pero cuyos libros eran, entonces, inencontrables, se llegaba, incluso, a editar una Revista Oral porque nadie tenía papel para llevar a cabo la impresión correspondiente y porque era el único modo de eludir la preceptiva censura del Ministerio de Información y Turismo (en medio de la sociedad franquista ese departamento gubernamental que unía dos cosas tan alejadas que casi caía en el surrealismo, parecía algo de lo más natural del mundo).

En aquella efervescencia se tejía una red para conseguir las libertades: la mayoría de los delegados de curso conspiraban con los de otras universidades intentado construir el Sindicato Democrático de Estudiantes.

Exigir su legalización fue lo que desembocó en una gran manifestación reprimida con cargas policiales a caballo en la calle San Fernando y en la reunión clandestina de la Coordinadora Estatal de aquella organización que fue abortada por la policía política. Aquellos son ya días casi perdidos en la niebla de la memoria, llenos de fotos mentales estáticas, con Agustín García Calvo, de nuevo, en el patio de la Facultad de Filosofía y Letras porque, después de su expulsión muchos años antes, había vuelto.

En el campo obrero mayo se anunciaban luchas el 30 de abril y 1 de mayo que, aunque convocadas por Comisiones Obreras, estaban, en realidad, promovidas por el Partido (el Partido sólo era entonces el Comunista) que aun persistía en la idea de ir cubriendo etapas para llegar a la convocatoria de la mítica Huelga General: ese día aun no era el que internacionalmente convocaba a los trabajadores de todo el mundo a demandar sus derechos: aquí era el Día de San José Obrero y, en vez de manifestaciones, el régimen organizaba un gran espectáculo en el estadio Santiago Bernabéu que era retransmitido por televisión.

La imaginación dibuja aun el vuelo blanco de las octavillas, lanzadas inopinadamente en las puertas de las fábricas y en puntos más concurridos del centro histórico. Llamamientos que nadie recogía por temor a ser observados pero que tampoco hacía falta leer y, en la mañana de aquel día siguen estando en la cabeza las fotos color sepia de los jeep policiales en la Plaza del Duque y en la Campana, los saltos esporádicos, las carreras hacia la calle Sierpes, las detenciones de éste o aquel manifestante ante los que han surgido unos hombres vestidos de paisano que les han cortado el paso.

Luego, al mediodía, la vuelta hacia el lugar en el que se había quedado para darse mutuamente las noticias y la desilusión por haber conseguido mucho menos de lo que se esperaba, y el animarse mutuamente, y el convencerse de que la próxima vez todo iría de otra forma.

El mayo sevillano de 1968 no tuvo periódicos ni tampoco nadie escribió un diario contando sus pormenores: era peligroso. Por eso ahora resulta difícil saber qué pasó: en realidad casi todo el mundo cree que la dictadura acabó cuando le llegó su hora.