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Cofradías

A falta de sol, Salud en el barrio León

La hermandad, que el año pasado se quedó en casa, se luce con ganas en su primera chicotá

el 18 abr 2011 / 20:08 h.

Mira que son desagradecidos cielos grises como los de ayer para las cofradías. Las nubes bajas, esponjosas, sí dejan pasar rayos de sol que brillan en los recovecos y las volutas de los pasos barrocos, pero las altas y sosas que ayer cubrían una Sevilla otoñal cuando salió San Gonzalo se lo pusieron muy difícil. Cuando se abrieron las puertas, 15 minutos antes para evitar que les cogieran en la calle las horas con más peligro de lluvia, un viento frío recorría la plaza por la que empezaron a derramarse nazarenos.

Todos blancos, y todos únicos: con capirote alto o chato, con un blanco de estreno o de muchos años haciendo estación de penitencia; sujetándose el antifaz para ajustar los ojos, con el rosario enredado en la mano, con los bolsillos a reventar, descalzos, con calcetines, con el capirote de malla que evita el calor cuya textura transparenta la tela... Entre los 2.300 nazarenos que sacó a la calle la cofradía más extensa del Lunes Santo -más que los que anunciaban los programas de mano- cabía de todo.

Hasta que una nube de ciriales, costaleros e incienso hicieron callar a la plaza, algo menos apelotonada que otros años. La silueta del misterio de Jesús ante Caifás se cuadró con la puerta como si fuera uno de esos juegos infantiles en los que la pieza de madera encaja en el molde, se oyó el ruido al desmontar los zancos, la respiración de los costaleros, y al capataz que apunta, sobrio: "Vámonos que nos espera Sevilla". Aspirando el aire, toda la plaza tira del paso hacia afuera. Casi sin andar, pasando cancel y puerta. Y entonces salen: Jesús, Caifás, los dos sanedritas, el soldado, el esclavo, todos, sin que se sepa cómo.

Cuando la gente rompe a aplaudir, el paso se lanza hacia la plaza como si llevaran un año reteniéndolo a la fuerza dentro de la iglesia: empieza a mecerse de costero a costero, con pequeños pasos, casi sin avanzar, a recrearse en coreografías... a trianear, que dice la gente, que aplaude los cambios de marchas que la banda de Las Cigarreras va encadenando. La chicotá ha sido larga, pero el paso tan corto que sigue en el centro de la plaza.

Al llegar el palio de las varas partidas por capillitas de marfil se vuelve a contener la respiración. Van a sacarlo de rodillas. "A esta hora, a las cuatro de la tarde, este barrio no ha tenido primavera. Ni el año pasado ni éste, porque no hay mejor azahar que los ojos de mi Salud", dice Luis Miguel Garduño, queriendo borrar la frustración de haberse tenido que quedar en casa el año pasado. Despacio, sin moverse hacia los lados para no rozar la puerta que le viene justa, a los costaleros les cuesta interminables minutos sacar a la Virgen, que irrumpe con sus jarras de calas blancas enanas y flores de cera diminutas, mientras sólo se oye el arrastrar de las rodillas, el rítmico sonido metálico de las bambalinas sobre los varales y, al final, la respiración esforzada de la cuadrilla suplente que sujeta el paso a pulso hasta que le colocan los zancos, ya con los sones de la banda de Santa Ana atronando, compitiendo con los aplausos que rompen el momento de emoción y dan paso al sonido del palio cimbreándose ya sin miedo. Se merecía, de sobra, que hubiera brillado el sol.

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