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Adrián cumplió un sueño con su debut tras vivir un infierno

el 30 sep 2012 / 21:25 h.

Adrián estrecha la mano con Casto, al que relevó en La Rosaleda.

En el fútbol, el debut en Primera División es uno de los episodios de mayor felicidad en la carrera de un profesional. El Real Betis de Pepe Mel encajó en La Rosaleda y ante el potente Málaga del chileno Manuel Pellegrini una severa goleada.

La única noticia positiva de la cita fue el bautizo en la máxima categoría del guardameta Adrián San Miguel del Castillo, que recaló en la cantera de Heliópolis en mayo de 1998 y que, desde entonces, se ha ganado el sueldo. Aprendió a sobrevivir a la sombra del portugués Ricardo y el extremeño Casto en la temporada 2008-09, la del dramático descenso a Segunda, y durante el pasado curso devoró horas y horas de gimnasio y piscina para recuperarse de una grave lesión de rodilla que se produjo en un encuentro ante el Ceuta en la Ciudad Deportiva.

La relación entre Adrián y el Betis nace en la primavera de 1998. Aquel año, el cancerbero militaba en las filas del Altair alevín, desde donde emigró a la fábrica de Los Bermejales gracias a Antonio Álvarez, su descubridor y primer entrenador en la cantera heliopolitana. El meta se sometió a un período de examen y, en el prestigioso torneo internacional de Brunete, se convirtió en la auténtica sensación.

Pronto se erigió en uno de los canteranos con mayor proyección bajo los palos e, incluso, debutó con el filial cuando aún era juvenil. Admirador de Oliver Kahn, Schmeichel, Barthez y Buffon durante la infancia, Adrián vivió su día más feliz cuando Josep María Nogués decidió incluirlo en la convocatoria para un partido ante el Racing. Era el 12 de abril de 2009 y el Betis pugnaba por esquivar el descenso a Segunda División. Eligió el dorsal '30' y celebró desde el banquillo un triunfo revitalizador (2-3).

Sin embargo, el pasado sábado asumió el momento de mayor responsabilidad de su carrera. Estrada Fernández había expulsado a Casto y debía detener un penalti a uno de sus ídolos de la infancia, Joaquín. Su veteranía le delató. "Lo vas a tirar a la derecha", le espetó al portuense, que fue obediente. "Quise ponerle nervioso", reconocía en la zona mixta de La Rosaleda el meta heliopolitano. Ha sabido vivir a la sombra y el sábado ejerció de protagonista. Con mayúsculas. Pese al 4-0, Adrián firmó una actuación de sobresaliente. "No me puedo quedar con mi papel personal. Ha sido un debut amargo", reconocía sin vacilar.

Sin duda, el verano anterior decidió su futuro. Su contrato expira el 30 de junio de 2013 y había recibido una oferta formal del Dépor. Apostó por continuar en La Palmera. Por su condición de bético y por su necesidad de demostrarse a sí mismo que sería capaz de ser el primer portero. Aceptó la lucha con Fabricio, al que relegó a un tercer plano en Málaga, y Casto, con el que coincide desde la 2008-09. Y antes de que la Copa del Rey inaugure la primera criba para los conjuntos de Primera se ha estrenado.

En La Rosaleda y ante un Málaga de Champions. "No era el mejor rival, pero vi cumplido un sueño", confesó muy cerca del vestuario visitante, allí donde minutos antes de las 18.00 horas nunca pensó que el día D sería entonces una realidad.

Adrián cumplió el pasado enero 25 años y desde pequeño se ha distinguido por un impenitente espíritu de superación. Una virtud que explotó en octubre de 2011. El meta finalizó un partido con el B en la Ciudad Deportiva ante el Ceuta con gestos de dolor. El informe del área médica fue demoledor.

Esguince del ligamento lateral interno de la rodilla derecha con afectación del menisco y el cruzado. Seis interminables meses de baja debió cumplir hasta retornar en abril. En ese tiempo devoró horas y horas en la piscina junto a los recuperadores, con su familia su gran apoyo. El sábado enterró la pesadilla. Ahora vive un sueño que debe continuar.

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