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La perfilatura de Cristina de Borbón: 'Ahora la jaula es de oro'

El exilio de Urdangarin recluía en Washington a la hija menor del Rey.

el 29 ene 2012 / 12:34 h.

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Ahora sabemos que el idílico retiro de la infanta Cristina en el barrio exclusivo de Chevy Chase en Washington no era sino una especie de jaula de oro -y que no funcionó muy bien- para que su marido Iñaki Urdangarin no volviera a hacer una trastada como la de Nóos. Al menos esos eran los planes del rey, pero estalló el escándalo y la jaula entreabierta se cerró del todo. La infanta y duquesa titular de Palma de Mallorca está hundida y no es para menos. Vive recluida, ahora sí, en una casa de la que no puede salir sin que la acribillen los flashes -Pronto le dedicó el día 21 un reportaje en el que muestra que ni puede llevar a los hijos al cole ni ir al súper-. El escándalo la obligó a cancelar la vuelta a casa por Navidad. Excluida hasta el punto de que se ha cuestionado que vaya a verla a Washington su propia madre, la Reina, la infanta sin embargo no aparece imputada en la presunta trama de su marido. El fiscal es rotundo: no hay más indicios contra ella que informaciones en la prensa. Sin embargo, el juicio paralelo percibe a la séptima en la línea de sucesión al trono de España cual torpedo que puede abrir un boquete en la monarquía si se aproxima a su hermano y heredero, Felipe, o al propio rey. En esta dinámica de hacer leña del árbol caído aparecen insólitos lobbys dispuestos a cargar con lo que sea contra ella. El gratuito 20 minutos localizó a un club de fans de la Pantoja que clama para que la infanta "deje de ser intocable", como le pasó a la tonadillera a cuenta de los negocios de Julián Muñoz. N ada hace pensar que Cristina de Borbón vuelva a vivir en el cuento de hadas que ha durado 45 años. Hija, nieta, bisnieta y tataranieta de reyes -sólo la caprichosa heráldica española le niega el título de princesa-, la vida en rosa comenzó con su bautizo en el palacio de la Zarzuela y siguió con su afición a la vela cuando veraneaba en Marivent. De aquello quedan recuerdos gloriosos como el izado de la bandera olímpica en Barcelona hace 20 años, en un álbum biográfico plagado de actos, regatas y representaciones. Su vida de cuento tenía hasta su colorín colorado: se casó con el héroe del balonmano Iñaki Urdangarin, quien, con la cota de malla de la camiseta nacional, logró medallas olímpicas de plata y bronce cuando España era una enana deportiva. Pero la vida real no acaba con el beso a la Bella Durmiente. Su marido, retirado del balonmano, cambió el balón por una fundación acusada por Hacienda de poseer un ánimo de lucro ilegítimo. Imputado y enfrentado a causa de estas actividades con el rey y, sobre todo, con el príncipe Felipe -a Juan Carlos I no le derriba su prestigio forjado en la Transición un recién llegado, pero el heredero se tiene que ganar día a día su puesto-, Urdangarin arrastra a la enamorada infanta en su caída. Quién sabe si el amor de Cristina -desoyendo incluso a quienes han aventurado que se divorcie, que se distancie por el bien de la monarquía y la familia real-, su lealtad a pesar de todo y de todos redimirá algún día a Urdangarin permaneciendo a su lado y éste vuelve a contar entre los ciudadanos con fama de honrados. Pero eso, al igual que contó Fiódor Dostoyevski en Crimen y castigo, forma parte de otra historia y el renacimiento, si llega, será difícil y solo vendrá si hay arrepentimiento.

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