Para perder un partido en Primera división puede uno empeñarse en ello o que se den una cantidad de circunstancias, todas en contra, que propicien que cuando el adversario no haya demostrado ser mejor acabe por llevarse los puntos en juego. No es que el Betis sea nada del otro mundo, ni hay que dejar pasar por alto los errores que tan caros, más caros que a nadie, le suelen costar a este equipo que parece metido en una dinámica tal que ni siquiera con un grupo de dignos futbolistas se ve capaz de salir de ese remolino maldito al que parecen condenados los verdiblancos por los siglos de los siglos.
La película más pesimista sigue desarrollando su guión. Son sólo dos puntos los que asustan en el casillero local, y está claro que la liga propia nada tiene que ver con los oropeles que parecen llamados a disfrutar quienes son menos, mucho menos, y que sin embargo viven en otra órbita gracias a que todos, desde quien ocupa el despacho más principal a quien recoge la botas del último suplente, reman en la misma dirección, cosa que, evidentemente, no sucede por estos lares desde que alguien empezó a considerarse más importante que la propia y centenaria institución. Sigue habiendo un mínimo margen antes de que se disparen las alarmas y habrá que desear que el fútbol empiece a ser justo desde ya con este Betis porque no se puede empezar a hablar de finales en inicio del otoño.
