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Bajo los adoquines, la playa

Hace ahora cuarenta años, Guy Debord y sus colegas de la Internacional Situacionista tenían sumida a París en un auténtico caos. Lo que al principio fue una mera protesta estudiantil, se convirtió pronto en una importante revuelta en la que participaron trabajadores, parados, activistas políticos...

el 15 sep 2009 / 04:35 h.

Hace ahora cuarenta años, Guy Debord y sus colegas de la Internacional Situacionista tenían sumida a París en un auténtico caos. Lo que al principio fue una mera protesta estudiantil, se convirtió pronto en una importante revuelta en la que participaron trabajadores, parados, activistas políticos, intelectuales y manifestantes de distintos pelaje y procedencia; todo ello, en gran parte, gracias a los situacionistas, una pandilla de radicales subversivos cuya influencia fue decisiva.

Durante los primeros días de mayo, los situacionistas invadieron la ciudad de panfletos y octavillas con eslóganes extremos: "No trabajéis", "Ocupad las fábricas", "Abolid la sociedad de clases", "Aniquilad la Universidad", "Muerte a los polis", "La humanidad no será feliz hasta el día en que el último burócrata sea colgado con las tripas del último capitalista". El objetivo era ambicioso: "la simple protesta de la Universidad burguesa (La Sorbona) es insignificante cuando es toda esta sociedad la que debe ser destruida". Los situacionistas estaban convencidos de que asistirían a una auténtica revolución social.

Los estudiantes, por su parte, realizaban pintadas en un tono algo distinto. Una muy repetida decía así: "Bajo los adoquines, la playa". Apenas hace falta insistir en que los adoquines eran la estructura de poder del sistema capitalista, y la playa la promesa de un mundo mejor y más humano. La gran mayoría pensaba que las cosas acabarían cambiando.

Una minoría era, sin embargo, más bien escéptica. A ella pertenecía el filósofo Michel Foucault. Como buen nietzscheano, Foucault afirmaba que las relaciones de poder no desaparecerían nunca; a lo sumo, el poder sería arrebatado de las manos de unos para caer a continuación en las de otros. Todo lo demás eran cantos de sirenas. No obstante, aun sabiendo que la lucha jamás tiene final, no había que dejar de combatir.

Nos viene a la cabeza la famosa frase de El Gatopardo, pronunciada en un contexto similar: "Algo debe cambiar para que todo siga igual".

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