Desde que se vieron venir las nubes que descargan lo que está cayendo, todo el mundo, con más o menos ganas, se puso a tirar del carro; primero George Bush reunió a los dos candidatos a la presidencia de Estados Unidos para que le ayudaran a convencer a las dos cámaras, después comenzaron los contactos y reuniones del G-8, el G-7, los primeros ministros de la Unión Europea y de éstos con líderes del mundo.
Gordon Brown, el premier británico, se arriesgó a lanzar un plan que convertía al Estado en accionista y que ha sido asumido por todos y defienden premios nóbeles como Paul Kruger. Todo el mundo intenta ponerse de acuerdo.
Todos menos nuestra cúpula empresarial que, con la sagacidad que la caracteriza, sigue proponiendo fórmulas distintas, convencida de que no es necesaria la concertación sino los campos de golf y los puertos deportivos: la calidad, dicen. Luego resulta que cuando un centro de pretendida calidad, el Centro Comercial Peyré, se viene abajo, se echa la culpa a la peatonalización del Centro urbano sin darse cuenta de que el cierre al tráfico es calidad y que por Via Margutta, Kärtnerstrasse, Saint Hubert y Venecia entera no circulan coches.
Los dueños del hermosísimo espacio -tan hermoso como un gran salón vienés- de los Almacenes Peyré confían, en el fondo, en que siempre habrá una institución pública que se lo compre o se lo arriende. Lo mismo sucede con los que claman por la solución de la crisis con más ladrillo. Pero ser empresario no consiste en poner en marcha lo que paga la Junta, la Diputación o los ayuntamientos, no es viajar en los trenes baratos de la subvención, ni subirse al tranvía cuando otro lo ha puesto en marcha y lo ha acelerado. Puede ser que, antes que nada, donde falte calidad -calidad empresarial- sea en un sector de nuestro empresariado.
Antonio Zoido es escritor e historiador.
