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Camina o revienta

el 02 may 2010 / 09:16 h.

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Aún no se habían apagado los farolillos de la pasada Feria de Abril y la madrugada del domingo de rejones y miuras se convirtió en un revuelo de batas blancas y de sangre derramada. Todo el toreo estaba de pie a las cinco de la mañana. Las primeras noticias hablaban que Tomás había llegado a la enfermería de Aguascalientes prácticamente moribundo; que andaban pidiendo donantes de sangre por la megafonía del coso; que ya había recibido la extremaunción...

El resto es ya sabido y la veloz recuperación del torero le permitió recibir el alta médica ayer. Las primeras alarmas dieron paso a la calma y gracias al buen hacer de un excelente equipo de facultativos, el diestro de Galapagar convalece en su residencia mexicana de las heridas que han vuelto a lacerar un cuerpo cosido a cornadas.

Mientras, arrecia una vez más el debate en torno a una figura indiscutible que ha empapado gran parte de su leyenda en la sangre derramada en los ruedos. Amado incondicionalmente por los suyos; criticado ferozmente por los más escépticos, José Tomás sigue combatiendo en su propia guerra desde que, hace ya tres años, decidiera volver a vestirse de seda y oro. De alguna manera, el serio percance viene a marcar un punto de inflexión en una etapa que nació de la soledad y el alejamiento de la arena caliente de las cinco de la tarde...

Unos decían que andaba refugiado en Estepona, apuntado a un equipo de fútbol local y disfrutando del anonimato, confundido en la Babel de la localidad costera. Otros, que se le había visto bajo una gorra y unas inmensas gafas oscuras en la última fila de la grada de la Maestranza, atento a no sé qué novillero. Los más adentrados en los vericuetos del planeta de los toros aseguraban que seguía toreando en privado. Su amigo Álvaro Núñez Benjumea le encerraba un toro de vez en cuando en lo de Cuvillo y, según contaban, seguía en forma.

Los rumores sobre su posible reaparición formaban parte de la comidilla invernal del toreo desde que José Tomás decidió colgar el traje de luces. Pero nadie podía aventurar que el diestro de Galapagar iba a sacudir los cimientos de la Fiesta cuando, repentinamente, anunció su vuelta en 2007 en la plaza de Barcelona, justo cuando arreciaba el debate abolicionista en tierras catalanas. Paradojas de su propia historia, el coso monumental de la ciudad condal sólo se había cubierto en su mitad la última vez que vio actuar al matador madrileño, en la temporada 2002.

Aquel mismo año, oscurecido por una campaña en la que primaron las sombras sobre las luces, anunciaba su retirada de los ruedos después de pasar con más pena que gloria por una semivacía plaza de Murcia. Comenzaba un eclipse que iba a durar un largo lustro.En marzo de 2007, la noticia de su vuelta ya era un hecho que se consumaría el 17 de junio siguiente en medio de una impresionante expectación y un despliegue mediático que desbordó todas las previsiones.

José Tomás volvía a pisar la arena de una plaza de toros abriendo de paso una profunda brecha entre sus más encendidos partidarios y los detractores de un modo de entender el toreo que iba a hacer correr ríos de tinta. La tormenta cobró especial virulencia cuando, tras la segunda tarde que contrató en el ruedo de Las Ventas en la campaña de 2008 -que se resolvió con una doble cornada- las primeras plumas del periodismo taurino y no taurino se enzarzaron en un apasionado debate sobre los auténticos fines de la tauromaquia del genio de Galapagar.

Las preguntas sin respuesta se amontonaban a la vez que crecía y crecía la leyenda de un torero que ha añadido un renglón a ese epitafio escrito en vida con la sangre de sus cornadas. Pero, ¿es la cornada el fin del toreo de José Tomás en su versión más pretendidamente patética? ¿Dónde termina la entrega y comienza la inmolación? ¿Torea para ser cogido? ¿Se arrima sin importarle la condición del toro? ¿Ha encontrado José Tomás en el percance una parte de la versión más discutida de su toreo? ¿Realmente se pone en un sitio vedado a otros? ¿Se entrega sin fisuras o traspasa el más mínimo sentido común? ¿Por qué escoge teloneros sin vitola para sus carteles? ¿Torea corridas abusivamente terciadas? ¿Quién es el verdadero José Tomás: el del toreo luminoso y templado o el que anda a merced de los toros, voluntariamente inmolado y con el rostro ensangrentado? Las respuestas sólo las tiene el torero.

El propio José Tomás se encargará de atender a todas esas preguntas cuando vuelva a empuñar la espada y la muleta con una nueva cicatriz que, esta vez, lleva el autógrafo de la Parca. Los grandes toreros saben que, más allá de la salud certificada por los médicos, sólo vencerán a esa muerte pequeña que siempre es una cornada poniéndose delante de un toro. Ojalá sea muy pronto.

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