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El aparejador que quería ser conservador

Un Alcázar sin conciertos en las noches estivales y sin teatro ni dramatizaciones con que dinamizar su rica historia; sin exposiciones con que provocar un efecto llamada en los sevillanos, sin conferencias para rescatar nuestra Memoria Histórica; un Alcázar sin más actos sociales que los imprescindibles y, si se apura, con menos presión de visitantes.

el 15 sep 2009 / 18:06 h.

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Un Alcázar sin conciertos en las noches estivales y sin teatro ni dramatizaciones con que dinamizar su rica historia; sin exposiciones con que provocar un efecto llamada en los sevillanos, sin conferencias para rescatar nuestra Memoria Histórica; un Alcázar sin más actos sociales que los imprescindibles y, si se apura, con menos presión de visitantes.

Éste y no otro era y es el modelo de Alcázar que ha venido defendiendo -pese a lo que se ha escrito- el hasta hace unos meses director del segundo monumento más visitado de la ciudad, José María Cabeza, quien hace unos días cortaba de raíz, a petición propia, su longeva relación con el palacio, iniciada en 1990. Un modelo de Alcázar restrictivo, basado en criterios puramente conservativos; los mismos que, de aplicarse, pondrían en pie de guerra a no pocos.

Este concepto ha sido el hilo conductor de sucesivas crisis internas en el palacio en las que Cabeza siempre ha debido claudicar porque así le venía dado de arriba. Y cuando intentó zafarse de ésta y otras presiones -lo que logró cuando, antes del verano, dimitió como director y tanto alcalde como alcaide del Alcázar le brindaron la posibilidad de seguir como segundo del nuevo director, Antonio Balón-, no logró tampoco aplacar sus ansias de erigirse en conservador a secas del monumento, estrategia con la que pretendía no rendir cuentas ni al alcaide ni al director de sus movimientos. Y eso no podía ser.

Como no lo logró -previo error de bulto de la Junta de Gobierno local, que llegó a aprobar su nombramiento como conservador sin percatarse de que ello contravenía los estatutos del Alcázar-, Cabeza optó hace unos días por tirar de la manta, quebrando su exquisita prudencia para airear ante la prensa y la opinión pública lo que hasta entonces había callado o, como mucho, insinuado.

Y así fue cuando acusó al alcaide, Antonio Rodríguez Galindo, de confundir lo público con lo privado -le faltó decir que el Alcázar es su cortijo- y de un afán recaudatorio voraz aunque sea a costa de malvender el monumento. Y a la Junta de Gobierno le dedicó otra perla: la acusación de haberle sustraído unas competencias que le eran imposibles de dar. Todo de tal cariz que hay quien piensa que debería llevarse el caso a los tribunales, y a ver cómo Cabeza demuestra que cuanto se ha hecho (bueno y malo) no lleva su firma y, por tanto, su consentimiento.

Sombras y gestos . Acusaciones aparte, lo cierto es que si el Alcázar ha incrementado un 280% sus actividades en los últimos nueve años que lleva Galindo de responsable político -unas con más acierto que otras, pues no todo vale y menos en un monumento de ese porte- no ha sido por el afán de Cabeza.

Como cierto es que si hoy día el Alcázar no ha sufrido ya varios paros o incluso una huelga de personal es porque, en un momento dado y no lejano, Galindo tomó cartas en el asunto y recondujo unas relaciones abocadas al fracaso, pues Cabeza no se hablaba con los representantes de los trabajadores, y así difícilmente se puede negociar un convenio colectivo. Con la llegada del nuevo director, Antonio Balón, la situación discurre ya por los cauces del diálogo.

Y el ambiente está no ya en calma, sino reilusionado. Baste un detalle revelador: cuando Cabeza fue nombrado -por error- conservador, se apresuró a colocar en el tablón de anuncios la noticia recordando que en el Alcázar no debía ponerse un clavo sin su consentimiento. Aquello chocó tanto a los de abajo como a los de arriba y volvió a enrarecer el ambiente.

Tal comportamiento dice mucho del proceder de un profesional con tan buena prensa -vaya por delante que su misión de mantener con decoro el palacio la ha cumplido con creces- que hasta cuesta trabajo imaginarle con estas artes. Pero quizás atendiendo a estos detalles se entienda por qué sus trabajadores más cercanos casi celebraron su marcha definitiva cuando se hizo efectiva hace unos días.

Y, de paso, por qué ahora se sabe que hay miembros del patronato que no podían verle y por qué ha trascendido que los arquitectos veían con malos ojos que un aparejador (grado medio) dirigiese las políticas de conservación del palacio real en uso más antiguo de Europa.

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