Arzu despeja ante Marcos Márquez.
En el 75 aniversario de su único Campeonato de Liga y de la consagración de uno de los mejores equipos que tuvo jamás, el Betis ha quedado reducido a una sombra o fantasma de su pasado que, como el pobre Humpty Dumpty, apenas sirve para diversión de transeúntes y curiosos. Del Betis aún existe una estupenda leyenda que, pese a llegarnos desde otro siglo y otros decenios, relampaguea a años-luz por delante de su presente y, seguramente, de su futuro. El que lo dude, que revise lo ocurrido ayer en Las Palmas: lo mismo que ha ocurrido tantas otras veces en esta lamentable temporada… como en tantas otras lamentables temporadas desde 2005.Los jugadores del Betis no reúnen la calidad, la mentalidad y los méritos necesarios para ir a Primera: los hechos lo demuestran tozudamente. No se ve posible que nadie llegue a algo positivo con este grupo. Nada ha podido lograr una larga lista de entrenadores. Los que (no) dirigen y (no) planifican en el Betis han intentado, sencillamente, meterse en el ascenso como de rondón, con mínimo esfuerzo y, sobre todo, con mínimo gasto. Todo el que ha podido ha escarbado y ha oxeado en una herida social cada día más gangrenada y por la que se desangran en hemorragia el cuerpo y el alma social del club. Dejando a un lado la afición que aún se gasta dinero en seguir a este equipo, aquí hay bastantes culpabilidades que repartir entre jugadores, técnicos, dirigentes, aduladores y odiadores, empeñados éstos en una particularísima y bética batalla que mezcla indiferencia, pasotismo, avaricia y, por ciertas partes interesadas, odio africano, garrotazo y tentetieso.
Eso queda del Betis de Ignacio Sánchez Mejías, de Mr O’Connell, del halo de Urquiaga, Areso, Aedo, Lecue, Larrinoa, Unamuno y compañía. Un triste equipo que deambula por la Liga Adelante y que en ningún caso merece ascender, ni aunque, por milagro divino, sumara los 21 puntos restantes. Del Betis de los vascos sólo nos queda su leyenda. Y gracias.