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El espanto por el caso del Yak-42

En estos días en que se celebra la vista oral por el caso del Yak-42 están saliendo a la luz la retahíla de desatinos que se cometieron en la identificación y repatriación de los cadáveres de 62 militares españoles.

el 16 sep 2009 / 00:34 h.

En estos días en que se celebra la vista oral por el caso del Yak-42 están saliendo a la luz la retahíla de desatinos que se cometieron en la identificación y repatriación de los cadáveres de 62 militares españoles. Y el sentimiento que todo ello provoca es el de espanto. Espanto por lo mal que se hizo. Espanto por quererlo ocultar. Espanto por la falta de respeto a las víctimas y a sus familiares. Y espanto por las amenazas y engaños que estos últimos sufrieron por querer saber la verdad, una vez que comprobaron que sus familiares no eran los que les habían entregado. Si ello se une a las sospechas de que tampoco se hicieron bien las cosas antes del fatal siniestro, lo que ha pasado adquiere una dimensión difícil de justificar por los funcionarios y militares encargados de esta misión, y también por el que entonces fuera ministro de defensa, el Sr. Trillo, ni por el partido que le ampara.

Es difícil imaginar que el cúmulo de irregularidades que se cometieron en el traslado de los militares a España y en la repatriación de los cadáveres tras el siniestro fuera desconocido por el entonces ministro. La trascendencia de la tragedia tuvo que concitar sin duda el interés del responsable político así como el seguimiento de las distintas actuaciones que se realizaron, impulsadas sin duda por la premura con la que se querían celebrar los funerales de Estado. Desde la perspectiva actual, estos funerales cobran ahora un nuevo significado, el de cerrar pronto y con honores unos hechos realmente desgraciados. Pero la tozuda realidad se ha impuesto, y la ciudadanía asiste con espanto al relato de los hechos realizado por los familiares, y a las declaraciones de los militares que corroboran las vejaciones que se cometieron con los fallecidos, y al espectáculo de un ex ministro que se pasea por el Congreso como si las cosas no fueran con él.

El responsable político de todo lo anterior sigue activo en la política, con un cargo relevante en el PP, y se permite darnos a las españolas y españoles lecciones de Derecho cargadas siempre de una moralina muy típica de la derecha trascendente, que ve en este mundo un valle de lágrimas, para los fallecidos y sus familiares, claro está, porque él va por la sede de la representación de la soberanía con todo desparpajo. Pero no nos equivoquemos: el reproche que se pueda hacer a este comportamiento no sólo ha de referirse al ministro responsable, que mantiene su condición de aforado como parapeto de posibles reclamaciones, sino al partido que le da cobertura. Con esta actuación el PP hace suya la conducta del sr. Trillo y, por tanto, debe asumir sus consecuencias, cómplice de un comportamiento que a todas y todos nos debe avergonzar.

Los partidos políticos tienen una posición de privilegio en el diseño y funcionamiento de la democracia. Son algo más que un grupo de amigos o colegas que se reparten las prebendas del poder, estén en el gobierno o en la oposición. Sin embargo, con frecuencia se comportan como niños de colegio que tienen que defender su espacio en una lógica pandillera que les lleva a arropar a los suyos hasta el final, si es preciso, y a atacar al contrario hasta dejarlo sin aliento, olvidando que están ahí porque la ciudadanía los eligió, y que el compromiso con la moral pública debiera impregnar una actividad que no les pertenece, pues sólo es un encargo que todos les hemos hecho.

Rosario Valpuesta es catedrática de Derecho Civil de la Pablo de Olavide

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