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El francés que redescubrió la Sevilla antigua

El centenario Parque de María Luisa no fue el único legado de los duques de Montpensier a la ciudad. Antonio de Orleans fue el principal impulsor de la Feria, recuperó la romería de Valme y el Rocío y fue mecenas de varias cofradías

el 19 mar 2014 / 23:55 h.

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FrancesDicen que cuando alguien foráneo trata de integrarse en una sociedad se vuelve el más patriota y nacionalista. Algo parecido debió pensar Antonio de Orleans, duque de Montpensier, cuando llegó a Sevilla en 1848, una ciudad que –como el resto del país– no tenía especial cariño a los franceses desde la invasión napoleónica. En parte como «estrategia» para vencer la resistencia que su origen galo podría despertar pero también por esa capacidad de atracción que el «exotismo» andaluz tenía sobre los viajeros románticos, el duque de Montpensier –con la ayuda de su preceptor Antoine de Latour– no solo se introdujo en la cultura y costumbres locales sino que, en buena medida, «redescubrió la Sevilla antigua». No en vano fue el gran impulsor de la Feria, recuperó romerías como la de Valme o El Rocío (amén de reconstruir la ermita nazarena igual que el palacio de San Telmo o el de Hernán Cortes en Castilleja de la Cuesta –hoy colegio de las irlandesas–) y ayudó como mecenas a varias cofradías. Y quizás si su viuda no hubiera legado tras su muerte los jardines privados de San Telmo, los sevillanos no llevarían cien años disfrutando de un pulmón verde en plena ciudad que tuvo también mucho que ver en esa vida en la calle que se les atribuye. Con motivo del centenario de la apertura al público del Parque de María Luisa, la Sociedad Francesa en Sevilla –creada por la comunidad gala apenas dos años después de la llegada de los Montpensier a la ciudad, aunque ellos no intervinieron– ha organizado unas jornadas para celebrar, en palabras de su presidente Carlos Perromat, el mayor «empleo de interculturalidad entre las dos culturas –la española y la francesa–» como el hecho de que unos jardines franceses, no solo por su origen sino por la remodelación que para la Expo del 29 hizo el paisajista galo Jean Claude Forestier, sea «uno de los monumentos más conocidos e identificativos de Sevilla en todo el mundo». El catedrático de Historia del Arte Vicente Lleó –autor del libro La Sevilla de los Montpensier– fue el encargado de abrir ayer las jornadas, celebradas en un palacio en este caso de origen italiano como la Casa de los Pinelo –sede de la Real Academia de las Buenas Letras, que colabora en las mismas–. Su cometido fue exponer la Sevilla que encontraron Antonio de Orleans y su esposa María Luisa Fernanda de Borbón y los cambios y legado que trajeron consigo. Un legado «impresionante» en lo que al mecenazgo artístico se refiere, con la construcción y restauración de edificios y obras de arte palaciegas y religiosas, pero formado también por innovaciones tecnológicas que interesaban al duque, como la primera maquinaria agrícola a vapor, de las primeras torretas de luz eléctrica en el interior de edificios particulares e incluso de los primeros cuartos de baño, instalados en San Telmo. Y es que, según Lleó, el interés por las tradiciones antiguas era solo «una parte de una personalidad muy compleja» que, según Lleó, combinaba «la tradición y la modernidad». De ahí que, en la mentalidad actual, el duque de Montpensier podría ser considerado todo un rancio sevillano amante de la Semana Santa o el Rocío –la familia de Orleans aún sigue acudiendo a la romería cada año y conserva un pendón que cada año saca con la hermandad de Villamanrique– pero también un personaje cool que trajo a una Sevilla en decadencia el refinamiento francés con el consiguiente respeto al arte y la cultura españoles aprendidos desde niño. «Él mismo contó que recordaba haber visto desembalar los cuadros que su padre, el rey de Francia Luis Felipe I, compró para crear el primer Museo de pintura española en Francia –hoy desaparecido–», señaló el historiador. Con todo Lleó reconoció que en lo que a Sevilla se circunscribe, el parque de María Luisa sí puede considerarse el gran legado de los Montpensier. Ya antes de que su viuda lo cediera a la ciudad, los duques permitían algunos días el acceso de los ciudadanos a parte de sus jardines privados. La decisión de convertir este espacio en el centro de la Exposición Universal de 1929 supuso, admitió el historiador, «una transformación radical». Aunque aún se conserven elementos del diseño original, como el monte Gurugú o la isleta de los patos, «en realidad el jardín como tal se destruyó, porque era un jardín privado, lleno de caminitos, y había que hacer accesos públicos». Forestier fue entonces el encargado de diseñar los principales paseos del parque para confluir en las plazas de España y América, se adaptó al clima y el paisaje de la ciudad, reflejando elementos del Alcázar pero también de la Alhambra y el Generalife granadinos. Aunque el parque de María Luisa es su obra andaluza más emblemática, su trabajo también llegó a otras ciudades como los jardines de Moratalla en Córdoba, de los que habló el duque de Segorbe, Ignacio Medina Fernández de Córdoba.

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