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El héroe, el verdugo y el hostil paisaje

el 05 ene 2011 / 20:55 h.

El sevillista Fernando Navarro presiona al malaguista Duda.

El Barça de Guardiola, hexacampeón, intratable, virtuoso, tirano y ciclópeo, sucumbió a las virtudes de un acordeón de rigor y sumisión. Ayer, en la hostil Málaga, bajo la brisa del Mediterráneo y la devoción a Jesús Cautivo, Manzano apenas gesticuló.

Sus muecas cómplices, calculadas y guionizadas por su intrínseca cautela, fueron el único gesto 'ebrio' de confianza dibujado en el rostro del de Bailén, psicólogo y metódico.

En Málaga, allí donde la sangre verde y blanca 'hierve' desde aquel 4 de diciembre en el que Caparrós, Manuel José de nombre y García de primer apellido, falleció abrigado por su bandera, el Sevilla exigió que el destino reprograme su futuro.

Con Romaric, aquel marfileño intrépido, erigido en verdugo y héroe en los cuentos de los niños, y con Torres Villarroel, el último alquimista de Salamanca, incubado en la memoria colectiva del imposible.

El Málaga de Demichelis, Maresca y Pellegrini fue un soldado arriesgado que pereció en la trinchera lejana, allí donde el Sevilla de Manzano, y de Navas, Luis Fabiano y Romaric, gritó que, con la miseria podrida en sus bolsillos, busca un jornal con el que alimentar sus esperanzas hasta el eterno junio.

Los fichajes imposibles y los ecos de una noche de cabalgatas y lágrimas pueriles decoraron un atardecer en el que el Sevilla, el de la capital y la provincia, recortó su silueta vigorosa y turgente bajo el cielo de un barrio, La Rosaleda, en el que ya ejerció de campeón en septiembre de 1941.

Aquel año inauguró el recinto de Martiricos exhibiendo su corona de favorito, entonces de la Copa del Generalísimo, un privilegio que aún reposa en las vitrinas del Sánchez Pizjuán. Memoria viva.

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