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El 'Ojopatio' de los Naranjos

Es fresquito, es céntrico, es único, es antiguo y encima esconde un misterio. ¿Qué más quiere para ir allí de paseo?

el 30 ago 2011 / 18:58 h.

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Tiene nueve naranjos (el nueve, número de la universalidad); trece puertas (el trece, señal de grandes transformaciones); siete facetas su fuente (el siete es aislamiento, protección, conciliación de tendencias diversas). Y para colmo, van por allí cuatro gatos (siendo el cuatro número de solidez, de orden, de edificación). Todo ello es, en el fondo, este Ojopatio de los Naranjos que se esconde junto a El Salvador y que se recomienda como uno de los destinos fresquitos de los paseos de verano por Sevilla. Delante, en la plaza, la monumentalidad y el solazo, el cervezón, la mañana; por la otra galería, la que da a la calle Córdoba, bullicio provinciano y sabrosura sevillana comprando zapatos y dedales, el café con calentitos, la tarde.

El viejo patio de abluciones es todo eso porque reúne la universalidad de la Iglesia en la que se halla, los cambios radicales que ha conocido el lugar desde sus orígenes antiquísimos (basílica, mezquita, parroquia, pero siempre lugar sagrado), la mezcla de elementos diferentes (pues de todas esas épocas quedan allí restos muy bien avenidos) y, finalmente, la monumentalidad del segundo templo de Sevilla.

Es, además, un surtidor de sensaciones misteriosas para quien suela jugar con su imaginación. Figúrese una noche de lluvia, allí, con el párroco trabajando a la luz del flexo de su despacho (una de las dependencias de  este patio) más solo que la una, sabiendo el hombre que a un lado tiene la cripta de Pasión y al otro la de los Pineda, y en esto que se ponga a tocar solo el bronce del campanil del rincón (por el viento, mismo). Eso tiene que ser para salir corriendo dando manotazos.

Al sevillano le da mucho gustirrinín todo esto de la sugestión y lo fantástico, o de lo contrario no se venderían tantos libros de leyendas y misterios de la ciudad. En esa línea, durante su visita percibirá que hay algo desconcertante que no logra identificar bajo esa apariencia de mansedumbre, pero esta vez la razón es puramente física: el suelo está un par de metros por encima de lo que era el antiguo patio, de resultas de lo cual las columnas que sustentan los arcos, con sus capiteles romanos y visigodos, se han quedado como a la mitad, semienterradas por el tiempo, materializando en el lugar una especie de angustia arquitectónica.

Estatuillas desmenuzadas que disuaden mucho de la santidad, líneas blancas en la losa que apuntan hacia las salidas y los muertos, trozos de cosas (las antedichas columnas, el minarete musulmán), edificios modernos asomados por lo alto, estilos diversos, y resulta que curiosamente todo tiene una imagen coherente, que para colmo lleva por nombre el de el único elemento vivo de ese conjunto: los naranjos encalados para que no se suban los bichos. ¿Es o no es para que un Bécquer contemporáneo encuentre allí la inspiración para nuevos y más tormentosos relatos?

Lo es. Contaba ayer José Manuel García Bautista, el investigador sevillano del mundillo del misterio, que hace dos años tuvo ocasión de entrevistar a una pareja que había estado asomada a la capilla funeraria de los Pineda, haciendo fotos y vídeos, y que al repasar luego la grabación se sorprendieron al oír que una voz masculina y bastante imperativa, registrada junto a las imágenes, les gritaba: ¡Fuera! No cabe esperar menos de un lugar tan sobrecogedor como esa cripta. Así que llévese la pluma y el tintero, siéntese en un escalón (bancos no hay: un fallo) y deje que lo más compungido de su alma tome la palabra. Verá qué divertido.

Un perdón con letra pequeña

¿A que no conoce usted ningún caso de letra pequeña en una lápida de iglesia? Pues ahora lo va a conocer: a un costado de la Capilla de los Desamparados, en ese patio, la losa anuncia un privilegio perpetuo dado por Pío VII, "haciendo que el alma de cualquier fiel cristiano difunto, por quien se aplique misa en dicho altar, consiga indulgencia plenaria por la que se liberte de las penas del Purgatorio". Pero abajo hay un pie: "Los sacerdotes que apliquen las misas han de tener la bula de la Santa Cruzada." Ay, amigo.

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