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El político al que le interesaba la gente

A Alfonso Perales todavía, cuando en diciembre se cumplan tres años de su repentino fallecimiento, habrá mucha gente que le eche muchísimo de menos y que en momentos complicados se pregunte qué haría él o qué consejo daría este pequeño gran hombre.

el 16 sep 2009 / 08:34 h.

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A Alfonso Perales todavía, cuando en diciembre se cumplan tres años de su repentino fallecimiento, habrá mucha gente que le eche muchísimo de menos y que en momentos complicados se pregunte qué haría él o qué consejo daría este pequeño gran hombre. Seguro que lo primero sería desdramatizar, porque su fino humor gaditano era capaz de diluir la tensión incluso en las encrucijadas políticas más complicadas, y lo segundo sería aplicarle al asunto una buena dosis de sentido común.

Perales fue un hombre sensato, capaz de hacerse querer, que supo cosecharse el respeto de sus adversarios y el cariño inquebrantable de quienes le rodearon en cualquiera de sus muchas facetas políticas. De todos, desde el presidente del Gobierno a Meli, la señora que le ponía el café en la Consejería de Gobernación. Era un hombre muy culto, muy de su pueblo, Alcalá de los Gazules, y le gustaba escuchar a la calle. Por eso uno de los pasatiempos inconfesables que practicaba con quien les escribe, que tiene una antena parabólica que funciona muy bien y entonces tuvo la suerte de trabajar en su gabinete, era sentarnos en un bar y reproducir las historias personales de las mesas de alrededor. Mientras él atendía el móvil, que tanto sonaba, yo trataba de hacerme con trazos de las vidas y las preocupaciones vecinas y después se las contaba. Le gustaba escuchar y eso es raro en los políticos, a los que tanto les gusta escucharse.

A Perales se le recuerda mucho. En muchos momentos. Tumbada al sol en Tarifa y rodeada de windsurfistas (siempre bromeaba con que le tenía que agradecer que esos muchachos se pasearan por allí porque como presidente de la Diputación de Cádiz impulsó el deporte del viento en la zona), ante un debate en el Parlamento, cuando escucho un rifirrafe del Congreso o la frase disparatada de alguno de sus correligionarios, cuando elijo un libro de Mankell, Donna Leon o al releer una de las hilarantes novelas de Eduardo Mendoza. También cuando pienso con pena lo mucho que a lo mejor le hubiera gustado la saga Larsson, cuando escucho hablar del consenso del Estatuto, me doy cuenta que sé algo de Historia porque él me lo contó, o cuando paso de largo por los DVD de películas del Oeste, sobre las que nunca me logró convencer. Su trayectoria política dio, pese a que el zarpazo del cáncer le llegó demasiado joven, para mucho. Desde Suresnes a la ejecutiva federal del PSOE ya con Zapatero, pasando por los cargos orgánicos más relevantes del partido en Andalucía, por el Gobierno andaluz, el Parlamento o el Congreso. Seguro que cada uno tiene su propia frase de Perales grabada en la memoria y que escucha cuando le hace falta. La mía, para curar la impaciencia y el mal de quererlo todo para antes de ayer, es la de "cada día tiene su afán".

Lo bueno de este político, al que ahora el PSOE rinde homenaje con una Fundación, es que como ésa dejó muchas repartidas por muchos sitios. Ojalá que algunas se recuerden en ese nuevo foro de trabajo. "Hay consejeros que ni siquiera saben como se llama su jefe de gabinete", me contó una vez enfadado. Él dejaba que en las tormentas de ideas que organizaba en la Consejería de Gobernación participara y opinara libremente todo el mundo. Y si la sugerencia de alguien joven e inexperto era demasiado descabellada, bromeaba con eso de que quizás le había sentado mal el almuerzo. Pero siempre escuchando, con respeto, liderando el equipo sin que se notara.

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