Pasas de cierta edad, los amigos se te van y con ellos sus proyectos y también tus compromisos. Un día de primavera florida y bebida, en la Marisquería (en lata) Ventura, un grupo de amigos nos comprometimos a celebrar cada año el Pregón de los Tiesos. La idea se inspiraba en la figura de don José de Pineda -eximio sablista debido a su fisiología tiesa- y en el pensamiento de don Juan de Salas- teórico y máxima autoridad, desgraciadamente aún ágrafo; como promotor don Leo de la Borbolla, experto trasmutador de salchichones en cañas de lomo, a no confundir con su pariente el de los quesos; contábamos con la bendición de don Federico de Estudillo, más temeroso de misa de ocho que de Dios, y un servidor, obligado a buscar vituallas para tan señalado día, a saber, botellines, papas fritas, aceitunas, chochos, arvellanas y mortadela colorá.
El primer pregonero por unanimidad sería Pepe Pineda. No ha podido ser: no hemos cumplido. Sin embargo conservo parte del primer borrador de su pregón. Describía una bulla en azul marino y gris marengo, dobladillos echaos, coderas y tres juegos de botones para cada caso -rastro de parientes de mayor talla-, el sufrimiento por el rosario de vales de O´Kean, Cañete e Ibáñez, la tiza indeleble de ronchas mecidas en procesión hacia el reverso de las barras, el anónimo saetero, sin aplauso ni caso: "niño, echa una copa"; la fiesta de resurrección del cierre de Vivas Hermanos que mandó al olvido cientos de vales de penitencia por las ollas exprés debidas; y una mención especial para uno que sabía pelar gambas con una sola mano en las sillas de la Campana. Un pregón muy nuestro, uno más.
Licenciado en Derecho y Antropología
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