Rajoy rememoró ayer el excelente opositor que le llevó a convertirse en el registrador de la propiedad más joven de España. Un buen opositor se sabe la lección al dedillo y no improvisa más que lo justo y necesario. Y eso es lo que hizo el próximo presidente del Gobierno. Nada va a cambiar su determinación. Ni durante la campaña ni ahora va a sucumbir al martillo pilón de sus contrincantes políticos, mediáticos y ciudadanos que le exigen concreción. Él sabrá cuándo, cómo y dónde. Él administra sus tiempos, y ayer no tocaba. Anunció las medidas de trazo grueso. No entró en el meollo del asunto, quizás porque ese meollo puede hacerle perder a muchos (funcionarios, por poner el caso) andaluces de izquierdas con la papeleta del PP para las próximas autonómicas.
Prometió diálogo a todos, pero minutos antes de comenzar su discurso de investidura, la Mesa del Congreso (con mayoría del PP) negó por segunda vez a Amaiur formar grupo político, en lo que muchos analistas consideran una torpeza política en pleno proceso de fin del terrorismo tras el cese definitivo de la violencia.
"In-ter-na-cio-na-li-za-ción". Fue la única palabra que se le atragantó a Rajoy en su cerca de hora y media de discurso. Reformas, recortes y ajustes las dice ya de recorrido.
