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El teatro sobre ruedas

el 23 ene 2011 / 08:03 h.

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"¡Uno con treinta! ¡Qué barbaridad!", dice una mujer mayor al acercarse a la parada. Es la primera frase de este teatrillo de una hora de duración que es viajar en el 27. Se repite todo el tiempo; la subida del precio del billete es un clásico de enero al que la gente parece que no se acostumbra. Son las seis de la tarde y Sevilla empieza a ponerse húmeda y crepuscular. En la plaza Ponce de León el sol ya hace tiempo que no calienta. Los protagonistas de esta obra son varios. Aquí hay muchas de las paradas de las líneas que vinculan el centro con los barrios. Pero lo sorprendente es que, de todas ellas, la del 27 es la más llena. Lleva a Sevilla Este, un itinerario largo y por lo general repleto de gente. Si se extrapola el porcentaje de usuarios de Tussam al Distrito Este, resultaría que unas 66.000 personas utilizan este medio de transporte. Eso significa que si todos ellos fuesen a la parada a la vez, harían falta mil autobuses para llevarlos, y bastante apretados.
Dos mujeres llegan a la parada y piden la vez. Son morenas de edad avanzada y de muy buen ver. La primera tiene la cara ancha, de cejas arqueadas y la frente tan amplia que al gesticular pregona su estado de ánimo. Desde que ha llegado no ha parado de hablar a voces con su compañera. Ésta en cambio, poco habladora, tiene la expresión triste y poco expresiva. Un hombre entre la muchedumbre les contesta grave y amable: "Señoras, yo soy el último." Es un joven alto, viste traje de chaqueta y tiene una carpeta con el logo de una inmobiliaria. A su derecha para una chica rubia de unos veinte años, tiene una pierna escayolada y se apoya en unas muletas. En la pantalla de la marquesina parpadea el aviso de llegada del 27. De repente, se ve desde el semáforo de la calle llegar a un hombre alto y de rostro delicado, con una expresión algo astuta pero bondadosa. De unos cincuenta años, está vestido de uniforme azul oscuro y lleva colgada del hombro una pequeña bandolera. Es el chófer del autobús.
Los usuarios en fila india por orden de llegada se apresuran para entrar y coger sitio en el bus. Cambio de conductores. El nuevo chófer, tras teclear sus cosas, abre la puerta y se llena en un momento. Una vez dentro, el bullicio lo atrapa todo. Detrás del último, se cierra la puerta y el autobús empieza el viaje que para algunos durará lo mismo que un capítulo de Aída. Hay mucho tráfico en la zona y la gente está deseando llegar a casa. Una gran mayoría de los usuarios al acercarse a él y antes de picar el bonobús le preguntan lo mismo: ¿Ha subido ya el precio del viaje? El chófer, con expresión algo cansada, les contesta: "Sí, un euro con treinta." Entre gruñidos y refunfuños, la gente se va colocando en los asientos que quedan libres. Allí están los que no levantan los ojos del libro que tienen entre las manos, los que escuchan música y otros que solamente apoyan la cabeza sobre el ventanal y pasean la mirada. En los primeros asientos situados a la izquierda de la marcha se sientan las dos mujeres y van cargadas de bolsas llenas de ropa. Una de ellas sigue hablando tan fuerte que parece que se dirige a todos los que están en el autobús. Hasta que de repente, en la parada de Luis Montoto, justo frente a El Corte Inglés, un joven rezagado empieza a correr detrás, pidiendo que se pare. La mujer aborta su diálogo magistral y público sobre los chollos que había conseguido en las rebajas y pega un grito seco al conductor: "¡Chófer, párate y coge al chiquillo!" El conductor ignora totalmente la invitación y continúa su trayecto. Mientras tanto, el chico sigue corriendo hacia la siguiente parada. Dentro, el ambiente ha cambiado de repente. Todos están pendientes de si el chico llegará antes que el autobús. El espectáculo dura cuatro largos y excitantes minutos hasta que el autobús se para en la concurrida avenida de Andalucía. Al final, el joven tiene la suerte que le faltó antes y logra coger el 27. Al subir empiezan a aplaudirle por su triunfo. Se cierran las puertas y segundos después, todo vuelve a la normalidad. Para algunos de los que miran indiferentes por las ventanillas, aún queda media hora sobre ruedas y un paseíto hasta casa. El taxi, demasiado caro. El metro, demasiado inexistente. Concha Carrasco: "Es cómodo porque vas entretenido con la pantalla, aunque muchas veces tardan un siglo en llegar. Lo mejor es que hay unos conductores muy guapos." Abel Gómez Herrera: "Es horrible en días de lluvia." Antonio García Cortés: "Es agradable no tener que coger el coche para ir al centro, es una locura aparcar, sobre todo ahora con los 45 minutos." Salvador Gutiérrez Molina: "Los fines de semana cuando quedas para salir, el autobús te permite beber tranquilo y no tener esa preocupación de coger el coche." Próxima parada, Avenida de las Ciencias, edificio Entreflores.

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