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En voz baja

No me ha gustado en absoluto el resultado de las elecciones europeas, ni en la Unión ni a escala estatal. Hago esta afirmación para sacudirme cualquier apariencia de imparcialidad desde el que se suelen escribir los artículos de opinión, no en balde se les llama tribunas y columnas, como si el que lo escribe estuviera situado en una privilegiada atalaya...

el 16 sep 2009 / 04:08 h.

No me ha gustado en absoluto el resultado de las elecciones europeas, ni en la Unión ni a escala estatal. Hago esta afirmación para sacudirme cualquier apariencia de imparcialidad desde el que se suelen escribir los artículos de opinión, no en balde se les llama tribunas y columnas, como si el que lo escribe estuviera situado en una privilegiada atalaya.

No me gusta que el público -y lo digo con toda intención puesto que se ha pasado del concepto de pueblo soberano al de espectadores de una lamentable representación teatral- haya optado por acrecentar la representación de una derecha cada vez más histriónica y que tienen como santo y seña de la salida a la crisis la reducción de las rentas del trabajo, la criminalización de la inmigración o el recorte del espacio público.

No me esperaba esta caída al vacío de la socialdemocracia europea. Aunque no voy a derramar ninguna lágrima por los herederos de Tony Blair, los que destrozaron con sus ideas de la tercera vía cualquier intento de cambio de modelo económico europeo o se sentaron con Bush a fumarse el puro de la guerra de Irak rememorando los viejos sueños imperiales.

También -siempre a posteriori- era previsible el decaimiento, ante los problemas acuciantes del pueblo, de esa izquierda pija, ajena a los problemas sociales, que se desentiende de los conflictos económicos, que es tibia a la hora de enunciar y defender sus valores y que ha renunciado a tener un discurso sobre el modelo de desarrollo porque lo suyo es, exclusivamente, distribuir una pequeña parte de los beneficios en épocas de bonanza económica. Me parece, sin embargo, un ejercicio de tontura política protestar contra la falta de autenticidad de estos cachalotes inofensivos, alimentando a los tiburones de la derecha más reaccionaria.

He comprobado la falta de conexión social de un discurso postcomunista, re-comunista o pre-comunista, incapaz de analizar la complejidad de la explotación que se produce en la actualidad y de renovar su práctica política con nuevas ideas procedentes de los foros sociales, el ecologismo político o el feminismo comprometido, anclados todavía en el viejo símbolo del obrero, masculino e industrial, de los años veinte del siglo pasado y que tampoco acaba de entender el valor central, primordial, de la libertad y de la profundización democrática.

He sentido una única punzada de esperanza con la extensión del voto verde, con todas sus contradicciones, porque al menos unos cuantos millones de europeos han decidido, en medio de la peor crisis económica, que la salida no es reducir los costes laborales o aumentar el consumo sino cambiar el modelo de desarrollo desde las iniciales fases de la producción, apostar por otro modelo energético y otras formas de vida.

Los resultados electorales suponen una enorme interrogación sobre el futuro de ese espacio político y social que tradicionalmente se ha llamado izquierda: su utilidad, sus valores, su proyecto y su autenticidad están hoy en una crisis tan profunda como la del propio capitalismo al que quieren dar respuesta. Nadie lo reconoce.

Hasta el momento los análisis electorales sustituyen a los análisis políticos, el electoralismo a la creación de ideas y de respuestas. Pero solo una revisión teórica profunda y una práctica social cercana a los ciudadanos podrá empezar a dar sus frutos. Mientras tanto la derecha anima a sus grupos think tank a tomar la iniciativa, con la inconmensurable ayuda de aquellos que hace mucho tiempo renunciaron a la idea de cambiar la injusticia en el mundo.

Concha Caballero es profesorade Literatura

www.ideasconchacaballero.blogspot.com

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