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Entierran a Dios en la parroquia de San Andrés

el 15 sep 2009 / 01:55 h.

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El capataz manda silencio a sus hombres mientras se ajustan la faja en la puerta de la parroquia de San Andrés a su plaza. Ni siquiera en esos momentos se puede hablar, aunque falta aún una hora para que salga la cofradía.

Los nazarenos van llegando como cuentas de un rosario en negro de la casa hermandad al templo por la calle Daóiz. En la calle San Andrés, frente por frente a la puerta de salida, ya no queda hueco. Las vallas delimitan el espacio reservado para el público, aunque siempre hay quien pretende conseguir un espacio privilegiado en el pasillo preparado para el paso de la cofradía.

Dan las seis de la tarde y los sevillanos piden silencio. Enmudece la placita. Pero sólo son las campanas horarias. Vuelve los comentarios, las quejas, los movimientos de una bulla controlada... Y dan las seis y cuarto. Otra vez los siseos, pero a ésta sí que es. En pocos minutos, crujen las puertas de madera. El silencio es total. Ya no habla nadie, el murmullo es ahora sólo admiración y respeto.

La cruz de guía, escoltada por cuatro faroles, se ve en primer término. La cofradía completamente organizada, detrás. La campana toca a duelo.

El fiscal mira su reloj, espera unos segundos y da los primeros pasos sobre la rampa de madera barnizada. A la hora fijada, las 18.25, está en la cancela. La hermandad empieza a salir. Cirios encendidos y en vertical. Pero dentro se perciben los primeros movimientos.

La bulla aprecia cómo en el interior del templo va avanzando el paso a las órdenes de Manuel Villanueva. Salen los últimos tramos. En un suspiro han pasado 950 nazarenos. La nube de monaguillos se prepara para la foto. El paso llega al umbral. Una ráfaga de viento apaga los cirios. Que vuelvan a alumbrar es cuestión de segundos.

Todas las miradas se centran ahora en el magnífico conjunto de Ortega Bru, en ese Cristo de la Caridad que lleva su propia sangre y que, hasta en su traslado al sepulcro, va dando vida: de su última gota de sangre brota una rosa. La rosa que ha forjado una leyenda y que todo el mundo busca cuando ve este paso.

"La trasera a tierra" para cuidar que la diadema de la Virgen de las Penas, enriquecida con piedras preciosas para la ocasión, y las aureolas de Santa Marta y San Juan no rocen el dintel de la puerta; después vendrá la reja.

El paso está en la calle. Cirios al cuadril. La única cuadrilla profesional que queda en Sevilla hace la revirá y baja por San Andrés hasta Amor de Dios. El silencio se pierde con la desaparición del misterio. Pero la campana sigue tocando. Faltan los penitentes. El entierro está consumado.

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