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Guardiola

En el momento de engendrar este artículo, faltan varias horas para que comience en Roma la final de la Liga de Campeones. Por varias razones, deseo que gane el Barcelona. La principal guarda relación indirecta con el fútbol, y ninguna de primera línea acapara los motivos patrióticos.

el 16 sep 2009 / 03:23 h.

En el momento de engendrar este artículo, faltan varias horas para que comience en Roma la final de la Liga de Campeones. Por varias razones, deseo que gane el Barcelona. La principal guarda relación indirecta con el fútbol, y ninguna de primera línea acapara los motivos patrióticos. Los dos clubs son europeos y esa visión global es la que interesa a ese futuro que es hoy mismo. No obstante, es cierto que el club catalán merece el título por aportar la inteligencia del ajedrez a un deporte jugado con los pies. Sin embargo, el sentimiento capital lo riega la conveniencia social de cultivar un mito llamado Guardiola. Del caudal de adjetivos que está recibiendo por sus indudables méritos, la memoria recupera los de inteligencia, imaginación, intuición, sabiduría, educación, elegancia, y la modestia probada cuando le comunican en público que opta al premio Príncipe de Asturias. Primero piensa en el reconocimiento colectivo, pero como sería una concesión individual, no deja ningún resquicio a la duda: "No me lo merezco, hay otros con más méritos"; que es verdad, pero exclusivamente deportivos. Quizás sea cierta una impresión extraña al balompié. En el origen de ese cóctel de piropos tiene notable presencia su pasión por la lectura. Si Guardiola gana, gana la literatura. Seguro que ganan Cervantes, Shakespeare, Goethe, Joyce y Machado, por citar un póker de mitos universales.

Seguro que también ganan Chesterton, Faulkner, Borges, García Márquez o Carlos Fuentes, porque ayudaron igualmente a cultivar esa personalidad que condena a la valoración positiva a los fanáticos del madridismo mediático. Guardiola es un modelo necesario para contrarrestar los escombros morales en los que faenan las televisiones con personajes afines a la delincuencia cultural. Pavese atinó al afirmar que un mito, para ser históricamente legítimo, tiene que ser creído en su tiempo. Guardiola reúne en esas condiciones las de sellar la estética literaria con la belleza balompédica y transmitirla siempre con la didáctica de una cultura que también gana cuando pierde, que no es ninguna paradoja, sino un paradigma de dignidad y alta categoría.

Periodista

daditrevi@hotmail.com

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