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"Hay alumnos prostituyéndose para poder pagar las tasas universitarias"

Entrevista a Manuel Ángel Vázquez Medel. Catedrático de la Facultad de Comunicación.

el 23 oct 2013 / 21:25 h.

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vazquezmedelManuel Ángel Vázquez Medel, un intelectual y un catedrático al que jamás se le había oído una palabra más alta que otra, escribía esta semana en Facebook: "¡Maldito casino de los trileros! Nuestra bolsa, por encima de los 10.000; nuestros niños pobres, por debajo de una comida digna al día. ¡Malditos golfos!" Hay ocasiones en que hasta el más ecuánime y templado de los profesores, como es su caso, no tiene más remedio que dejar el birrete a un lado, sacarse la pajarita del cuello y los guantes de terciopelo, coger a la sociedad por las solapas y despabilarla de su marasmo, porque nos va la vida. Eso es lo que ha hecho Vázquez Medel en su facultad, la de Comunicación: convocar ayer la mayor asamblea de los últimos años para ver cómo superar pacífica pero definitivamente este sistema corrupto. Una invitación a la rebeldía activa, un seísmo ético con epicentro en la Universidad. –¿Qué nos está pasando? –En el último claustro, la metáfora más exitosa fue la de la rana que ahora se utiliza tanto: si a una rana se la mete en un caldero de agua hirviendo, salta de inmediato para salvar su vida; pero si se la mente en un caldero de agua fría y se le va incrementando la temperatura gradualmente, no se va dando cuenta, piensa que tiene margen... hasta que muere. Ese es el problema que a mi juicio estamos empezando a afrontar: hasta cuándo vamos a aguantar. –El problema no parece estar solo en la ley Wert, trasciende más allá de la enseñanza. –Creo que vivimos un sistema económico, político, social y educativo insostenible. Nadie podía imaginar años atrás que las dinámicas de globalización bajo la perspectiva de una economía ciega, especulativa, vacía, que nada tiene que ver con la economía real, iba a poner lo humano al servicio de aquella. Pero hay que pensar que otro mundo es posible. Cuando yo tenía 16 años estaba convencido, no sé por qué (claro, vivía en una dictadura y era más fácil convencerse de eso) de que los grandes ideales en los que yo creía acabarían por realizarse. Ahora no lo estoy tanto, pero lucho con la misma intensidad por ellos. Hoy se habla despectivamente de los antisistema como los perroflautas, y resulta que son, con sus perros y sus flautas, personas mucho más dignas que las que nos han estado robando a manos llenas. Yo no tengo más remedio que decir que no estoy de acuerdo con este sistema. Y que creo que hay que cambiarlo. Y que cuanto antes y más pacíficamente lo hagamos, más ahorraremos el desgarro, la violencia, la brutalidad que nos puede venir encima cuando ya acabe el margen de soportar esta situación. –En la Universidad se está viviendo todo esto con una extrema dureza, cabe pensar. –El panorama es tremendo en todos los frentes. El desmantelamiento del profesorado, la imposibilidad de incorporar a nuevos investigadores a la estructura universitaria y, por otro lado, un alumnado cada vez más desmotivado. Eso sí que es desolador. El año pasado, el decano me comentó que él envió más de 300 cartas a alumnos en las que se les notificaba que perdían el derecho a examen por no poder pagar el plazo de matrícula correspondiente. Unos 300 de un total de unos 3.100, casi un diez por ciento del alumnado. He podido saber que hay alumnos y alumnas que se están prostituyendo para poder seguir aquí porque sus familias no los pueden mantener aquí y para poder pagarse las tasas. Estas situaciones existen. Hay que golperar conciencias, poner rostros a esta tragedia, que no nos dé vergüenza. Una de las cosas que más conmueven a nuestra sociedad es conocer estas realidades por la vía del caso concreto. Pues bien: hay suicidios. Quiero que se sepa que hay alumnos de la Universidad que terminan suicidándose, sobre todo de postgrado; alumnos que no ven horizonte ni esperanza. Oír la voz. Hay que buscar fórmulas alternativas para sacudir conciencias. –¿Cómo se ha llegado a esto? –El problema grave es que en este país los dos grandes partidos han perdido la ocasión de hacer un gran pacto social y de estado por la educación. Que se adopten restricciones en el ámbito educativo, que se apliquen recortes que no serían necesarios, que no se consulte nunca a los agentes del sistema educativo, que se haga una política de becas que ha hecho caer a muchos estudiantes del sistema universitario y preuniversitario español, a mí me parece algo de extrema gravedad. Por ello, con toda sinceridad me parece absolutamente impresentable esta Ley Orgánica de Mejora de la Calidad de la Educación, que ya su nombre es una ofensa. –El ciudadano lee esto, pero no sabe qué puede hacer. –Solo un gran cambio de mentalidad puede cambiar las cosas, aunque mientras tanto podemos ir avanzando. Lo que sí sé es que esta situación no puede seguir así; esta involución, esta pérdida de derechos, la servidumbre, el vasallaje; ese miedo líquido que se nos mete por todas las grietas. Desde la Universidad se puede hacer mucho: reflexión, debate, sensibilización... unirnos a acciones de respuesta; quizá volver a sacar las clases a la calle periódicamente. Hay que rearmar la esperanza, la solidaridad, la creatividad de la gente. Tenemos que ser el cambio que queremos provocar, empezar a iluminar sin miedo un mundo nuevo, un mundo distinto. –El retroceso general en pocos años ha sido muy importante. ¿Es recuperable lo perdido? –En estos años, apenas en dos años, hemos perdido derechos que nos había costado décadas alcanzar; logros que se vienen hacia atrás en cosas tan importantes, como se decía en estos días, como la investigación del cáncer. En este país estábamos en vanguardia de muchas cosas que ya va a ser difícil recuperar en muchos sentidos. Entonces, no tengo más remedio que seguir con estupor en primer lugar la alegría impulsada por una ideología neoliberal salvaje que a veces roza los delitos de lesa humanidad con la que se hacen determinadas cosas; la cobardía, la connivencia, el miedo o el silencio del que una parte de la ciudadanía que está afrontando esta situación… y por eso digo provocativamente no os preguntéis por qué en Alemania, uno de los países más cultos de Europa, en los años treinta ocurre lo que ocurre, preguntaros por qué aquí ahora está ocurriendo lo que está ocurriendo. –¿Cree posible una vuelta a los fascismos como los de hace ochenta años? –Me temo que sí. Será distinto, muy diferente; posiblemente, en algunas dimensiones hay cosas que no se pueden volver a repetir, pero la emergencia, la fuerza con la que afloran los movimientos totalitarios, las ideologías totalitarias en toda Europa y también en España, que no porque la ultraderecha esté amparada en gran medida dentro del ala más radical del PP… Estamos viendo en estos días la vuelta a la utilización de símbolos que abanderaron crímenes: eso es impensable. Somos uno de los pocos países del mundo en el que los crímenes cometidos no digo ya en una guerra, sino en una larga posguerra en la que murieron decenas de miles de seres humanos, ni se han juzgado ni se han condenado aunque sea simbólicamente, ni se ha reparado en lo más mínimo el derecho de personas simplemente el derecho a poder cerrar esa herida y tener que seguir manteniéndola abierta. Por lo tanto, cuando me pregunta si puede ser posible… sí, será muy diferente. Pero no es lo que yo pienso, es lo que piensan algunas de las personas a las que más admiro. Umberto Eco, en su conjunto de colaboraciones, ensayos y artículos de prensa titulado sintomáticamente ‘A paso de cangrejo’, hablaba en uno de sus artículos de Ur fascismus o fascismo primordial, esa especie de fascismo que no es coyuntural de una época del siglo pasado, sino que es una tendencia totalitaria, represora, impositiva, dictatorial que aflora de cuando en cuando cada vez que se supone que hay que introducir cierto orden (para ello les viene muy bien que haya desorden, por cierto, algo a lo que la sociedad española se está resistiendo). Habría que evaluar eso también, porque el problema a veces es que da la impresión de que se haga lo que se haga van a ir en contra de las personas más débiles y más conscientes y que aportan otro tipo de soluciones alternativas. Si no se actúa con violencia, y yo no creo que haya que actuar con violencia en ningún caso, parece que a nadie importa, que no roza ni siquiera la inquietud ética que parece que no la tienen de muchos de los responsables del Gobierno y del sistema. Ahora, si se actúa con violencia parece que les vendría muy bien. Se dice incluso que algún ministro en una ocasión comentó que no vendría mal que hubiera algún que otro rifirrafe para, en el principio de acción-reacción, justificar la represión, el avance del control policial. Creo que se está dando ese proceso de involución, que también el gran intelectual Antonio Tabucchi denunció en su libro titulado también sintomáticamente ‘A paso de oca’, que es el paso militar, o incluso Alessandro Baricco… Los italianos han tenido una gran sensibilidad, porque han visto la barbarie posible con Berlusconi y con la corrupción total del sistema, con esos tics autoritarios de involución en el respeto hacia la mujer y hacia la igualdad de sexo y género y orientación sexual. Creo que ya en gran parte estamos en esta involución. No quiero ni pensar que se puedan justificar o que se quiera incluso provocar acciones de otro tipo. Hace no mucho veía un documental en el que un especialista analizaba que en el planeta Tierra periódicamente había habido procesos de grandes extinciones de vida (no por cierto de vida humana: los procesos de grandes extinciones nunca nos han cogido a nosotros), pero al final de la reflexión decía algo que a mí me estremeció: que a diferencia del nombre asignado a otras épocas, algunos científicos empiezan a llamar antropoceno a esta fase de la vida, porque en un periodo de gran estabilidad sin cataclismos, todo el impacto sobre el planeta Tierra lo están causando los seres humanos. Y decía que igual ahora, o dentro de doscientos o de quinientos años, podría provocarse otra gran extinción en este caso provocada por los seres humanos. A todos nos aterroriza que los recursos que nunca se han utilizado para una destrucción masiva en el planeta, con la energía atómica, pudieran llegar a utilizarse, pero nadie nos dice que no vaya a ocurrir así. –Visto de este modo, parece que hubiera un destino inevitable. –No lo es. Estamos en una encrucijada en la que no va a ocurrir algo que sea inexorable; va a ocurrir algo porque hagamos o dejemos de hacer determinadas cosas. Que podemos ir a una verdadera confrontación, a una violencia general en el planeta: sí. Pero si lo evitamos, que es lo que yo quiero, no iremos a eso. Vivimos en una democracia cada vez menos participativa, más secuestrada, sin el necesario drenaje de los medios (lo que está ocurriendo con nuestra televisión pública es indecente), y la ilusión en que se nos mantiene de que hay un pluralismo informativo… En este país no hay democracia mediática, y eso hay que denunciarlo. Creo que desde una Facultad de Comunicación que va a cumplir 25 años, en la que formamos mediadores sociales, que contribuyen a que haya una opinión pública y una imagen de lo que está sucediendo y de lo que no, en la que tenemos que apostar también por las vías alternativas de la comunicación al margen de los medios convencionales, tenemos que pensar qué hacer. Cualquier cosa menos no hacer nada. –¿Qué dicen los alumnos sobre el futuro? –Es desolador encontrarte con un joven de 21 años que cuando habla en serio contigo te dice “bueno, su asignatura me motiva un poco, pero luego, ¿qué voy a hacer? Si ya nuestros compañeros periodistas están sometidos a una situación denigrante, tienen que hacer lo que los medios les impongan, tener jornadas verdaderamente indecentes y un sueldo ofensivo, ¿yo qué voy a hacer cuando termine?” Ese problema me parece terrible. Y algo hay que hacer, menos estar parado, menos mirar para otro sitio, menos permitir que esta situación siga. No podemos consentir que algunos de nuestros alumnos mejor preparados, y no es un tópico sino que es verdad, tengan que irse a Alemania, a Francia, a Estados Unidos… Es una pérdida irreparable. Ya irreparable era que nuestros mayores, personas alimentadas y con fuerza física, se fueran a ejercer trabajos manuales a Francia, a Suiza, a Alemania: es que lo de ahora, estratégicamente, es mucho más grave. Una verdadera fuga de cerebros y una fuerte desmotivación del profesorado, del alumnado, ante el temor de que supriman universidades…. Que yo no digo que no tengamos que ser austeros, que no tengamos que optimizar los medios que tenemos, que no podamos hacer entre todos un esfuerzo para gestionar mejor los recursos que hay… pero lo que es una indecencia es que el dinero que nos han quitado a todos se haya usado para pagar a bancos y a sus directivos cantidades astronómicas, que siguen acumulando beneficios, que no utilizan el dinero que se les proporciona para repercutirlo y para dinamizar la economía, y que encima se nos diga que el dinero hay que sacarlo de la educación, de la salud, de la calidad de vida de los ciudadanos con una retracción de la economía realmente brutal.

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