Celebrando sus treinta años como intérpretes, y tras cuatro años sin actuar en nuestras salas, las hermanas Labèque fueron anoche protagonistas de una velada musical muy particular. Fascinadas desde hace tiempo con nuestra geografía, la repasaron desde arriba, con rara percusión vasca, hasta abajo, con unos discutibles pero interesantes arreglos de la Suite Iberia de Albéniz, de clara inspiración sureña.
Excepto la adaptación de Granados para Triana, y las dos primeras piezas del primer cuaderno, arregladas por Abel Decaux, el resto de las versiones para dos pianos son obra del compositor catalán Joan Albert Amargos, quien hace unos años escribió un par de canciones para ellas y colaboró en un disco que grabaron junto a Mayte Martín. Si los arreglos de Decaux indagan en los matices y los colores, los de Amargos se revelan más efectistas, acentuado por un exceso de sonoridad y ampulosidad. En todo caso la notoria dificultad de cada pieza queda repartida entre cuatro manos, restando mérito al conjunto. Se trata no obstante de una forma nueva y válida de presentarnos unas páginas bien célebres, sin ánimo de usurpar el original.
Lo más sorprendente llegó de la mano del siempre hipnótico Bolero de Ravel, donde las pianistas acertaron a bucear en su rica expresividad, mientras la exótica y muy particular percusión vasca, con el txalaparta como instrumento estrella, puso de relieve la espectacularidad de una versión destinada a asombrar a un público al que luego, en la propina, se le hizo participar como coro improvisado.
