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Jokin pasa a ser Joachim

El técnico utrerano, experto en mimetizarse allá donde vaya, asume un nuevo reto en Suiza.

el 06 ago 2011 / 20:29 h.

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Joaquín Jesús Caparrós Camino no es un entrenador al uso. En primer lugar, porque se ha convertido en uno de los técnicos más relevantes del país sin haber conocido el fútbol de élite desde el césped. No corrió por los mejores estadios junto a las figuras de su época ni saboreó lo que es ser pieza clave en la victoria de un equipo mediático. No, el Joaquín Caparrós futbolista no pasó de clubes como el Leganés, el Tarancón y el Conquense. Fue el enésimo producto de la cantera madridista que ni se acercó a triunfar como futbolista.

Pero no fue impedimento para seguir trabajando en el mundo que más amaba previa renuncia a su puesto de funcionario en la provincia de Cuenca. Campillo, Montilla, Alcázar, Conquense, Manzanares y Moralo fueron los clubes que dirigió antes de que se le presentara la oportunidad de ponerse al frente del Recreativo de Huelva. Dirigiendo al Decano, Caparrós dio rienda suelta a su gran virtud: mimetizarse allá donde vaya. Aquella vez fue fácil. La proximidad geográfica ayuda a adaptarse en una ciudad con una forma de vida similar a su Utrera natal.

Joaquín se las ingenia para ser uno más. Si a orillas del Odiel se convirtió en un ejemplar choquero -conserva su casa en Punta Umbría e incluso encarnó a Baltasar en la cabalgata de 2009- devoto incuestionable de la Virgen de la Cinta, no tuvo mayores problemas para ser más gallego que el vino de Ribeiro en su etapa en el Dépor; o convertirse en vasco casi de txapela y frontón en sus años dirigiendo al Athletic.

Tras un breve paso por Villarreal, Caparrós arribó en el equipo con el que disfrutaba y sufría de niño junto a su padre, con la empresa de devolver a su lugar natural a un club que atravesaba su mayor crisis. Sin embargo, en un Sevilla de retales que cumplía su tercera campaña en cuatro años en Segunda, se impuso el sello Caparrós como seña de identidad. Éste consistía en trabajo, intensidad, confianza en la juventud y sangre, mucha sangre roja.

Lejos de amilanarse con el salto a Primera, su sello fue clave para asentar los cimientos de un equipo campeón que disfrutaron otros pero en el que tuvo una gran cuota de responsabilidad. Con él, el aficionado nervionense abandonaba la sensación de mediocridad que le ahogaba desde hacía años y miraba al futuro con la sensación de que algún año caería la breva que llevaba cuarenta años aferrada al árbol.

Motivador como nadie para los derbis ante el eterno rival -sólo perdió uno de diez-, el utrerano se marchó en el verano de 2005 tras quedar fuera de unos puestos de Champions que ocupó durante todo el año. En principio, el sevillismo quedó huérfano, pero las mieles que saboreó pocos meses después le relegó a un segundo plano en la memoria colectiva.

Entre sus etapas en el Recreativo y el Sevilla, vivió el mayor sinsabor de su carrera. Firmó por el Villarreal y no debió sentirse muy bien en aquel equipo que emergía cual nuevo rico en una población poco futbolera. Duró siete jornadas y vivió su única destitución en el fútbol de élite.

Caparrós es más del sabor de esos clubes que aúnan a su alrededor a familias enteras en domingos que giran alrededor de los partidos. Tal y como él hacía con su padre y con el Sevilla. Primero marchó a La Coruña y a los jugadores del Fabril le hicieron palmas las orejas. Subió a unos cuantos canteranos y la precaria situación económica del club herculano le hizo abandonar el barco con destino Bilbao.

A 894 kilómetros de Utrera Joaquín se reencarnó en un tal Jokin que había nacido para entrenar al Athletic. Pasaba las horas muertas en Lezama hasta el punto de hacer debutar a 24 jóvenes vascos con la camiseta del equipo representativo de su tierra. Una final copera perdida por goleada ante el Barcelona, pero que reverdeció los cada vez más oxidados laureles de los rojiblancos, le ayudó a meterse a San Mamés en el bolsillo. Pero algunos se cansaron de él y en unas elecciones ganó la opción contraria. El fútbol tampoco se escapa de esto.

El interés casi enfermizo de Caparrós por la cantera ha dado frutos para sus equipos y para España. Valga recordar los cinco futbolistas más jóvenes que hizo debutar en Primera: Diego Capel (16), Muniaín (16), Sergio Ramos (17), Jesús Navas (18) y Aurtenetxe (18). Los dos primeros campeones de Europa sub 21; el tercero campeón de Europa y del Mundial absoluto; el palaciego campeón del Mundo y, el último, flamante campeón de Europa sub 19.

Aunque Del Nido le prometió un equipo campeón antes de acabar su mandato, las intromisiones de Bielsa y Marcelino le han dado el empujón para emprender la aventura internacional. En Neuchatel, una ciudad de poco más de 30.000 habitantes que industrializó un tal Suchard, el nuevo Caparrós ha pasado a llamarse Joachim y, si todo va como acostumbra, pronto se llevarán los mostachones con chocolate suizo.

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