Deportes

La cruda realidad del Sevilla

el 27 nov 2010 / 19:57 h.

Nervios a flor de piel en el equipo de Nervión.

Lo más grave de este Sevilla no es su derrota de ayer ante el Getafe, ni siquiera que haya perdido dos partidos seguidos en el Sánchez Pizjuán ante dos equipos de mitad de la tabla; tampoco que se aleje de forma alarmante de los puestos altos y que equipos como el Villarreal hayan puesto ya tierra de por medio con él en la clasificación; y tampoco lo es su falta de ideas ni su pobre juego de los últimos encuentros. Lo más grave de este Sevilla es que todos sus problemas, los enunciados y muchos más, sean parte de su rutina, que el increíble déficit, por mucho que diga Monchi, del centro del campo sea un problema del día a día, que la defensa se haya vulgarizado hasta el punto de asumir números propios de un equipo del descenso. Y por supuesto, lo más grave, es que el entrenador o la plantilla poco podrán hacer en solucionar el desaguisado en el que se ha convertido el plantel nervionense. Sí, podrán recuperarse Jesús Navas y Luis Fabiano, llegarán partidos que queden resueltos por la calidad de Kanouté, o incluso de Negredo. Pero la cruda realidad de esta temporada estará llena de peleas sin cuartel ante equipos de medio pelo que con cualquier perro de presa en la medular ponga en jaque a todo el Sevilla, estará llena de bailes como el que le pegó el Getafe al equipo hispalense en el comienzo de la segunda parte, estará llena de reacciones impotentes con el marcador en contra. Estará llena de mediocridades, porque esta plantilla, este equipo, se ha vuelto mediocre, vulgar, nada parecido a un grande.
Posiblemente, y viendo lo que se le viene encima, la dirección deportiva tendrá que hacer de tripas corazón y volver a acudir al mercado invernal para subsanar, en primer lugar, el agujero negro de su centro del campo. El intento de ayer con Zokora y Romaric también naufragó. Ni Cigarini ni Renato ofrecen más.

Por eso el Getafe, que también venía enfrascado en una lucha por autodefinirse tras siete partidos sin ganar, se encontró cómodo casi siempre en la medular. Salió al campo con personalidad y carácter, a imponerse por fútbol a un Sevilla impredecible. A los de Manzano les costó un cuarto de hora coger el aire al partido. Lo hicieron no con fútbol, que de eso adolece en tres cuartas partes del campo, sino con agresividad. Porque al menos en la primera parte el equipo de Manzano tuvo esperanza en la victoria. Gracias a una intensa presión, algo descabezada, el Sevilla revertió la situación y llevó la pelota al campo del Getafe. Algunos robos dieron además continuidad al juego sevillista y por momentos surgió un espejismo de fútbol rápido y vertical. Incluso llegó el gol de Kanouté en una jugada también un tanto extraña, repleta de fallos, imprecisiones y oportunismo, el del delantero franco-malí.

Pero he aquí que llegó la segunda parte. Que Manu, Gavilán y Ríos conectaron y subieron la velocidad del partido un punto. Y el Sevilla se rompió. Fue enfrentarse a un ápice dinamismo y despedazarse la defensa local en mil pedazos. Konko no sabía donde andaba, Cáceres y Alexis se olvidaron de su espalda, y Navarro de que jugaba en una línea con tres compañeros más.

Tanto trabajo tenían los zagueros, claro, porque el centro del campo era la zona cero del Sevilla, una vez más: ni tenía la pelota, ni presionaba las posesiones rivales ni era transición para llevar el balón a las bandas. Llegó el empate en un penalti de Konko (56’), pero pudo llegar antes en un mano a mano. Miku dos minutos después adelantó a su equipo en una jugada ejemplo de la debilidad defensiva. El Getafe había dado la vuelta al partido y había matado al Sevilla.

A partir de ahí la historia es redundante. El conjunto nervionense intentó a la desesperada remontar el partido, con Capel y Perotti haciendo la guerra por su cuenta, con Kanouté alejado de todo y sin ayudas que buscar por el centro, el desolado centro del campo. Alguna ocasión fortuita llegó, y también el tercero del Getafe, que enervó a los aficionados sevillistas, que ya no miran al banquillo al sacar sus pañuelos. El enfado es contra el palco.

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