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La culpa fue de Gary Cooper

Viendo el otro día a Alan Greenspan por televisión me acordé de Gary Cooper. No precisamente por el aspecto físico. Tampoco por la antigua condición de ambos personajes, idolatrados como un icono social, como la encarnación ideal del americano conservador.

el 15 sep 2009 / 17:35 h.

Viendo el otro día a Alan Greenspan por televisión me acordé de Gary Cooper. No precisamente por el aspecto físico. Tampoco por la antigua condición de ambos personajes, idolatrados como un icono social, como la encarnación ideal del americano conservador. Sino por un lazo invisible que les une llamado Ayn Rand. Una rusa exiliada, filósofa, novelista, promotora de una corriente ideológica llamada el Objetivismo. Una doctrina que sostenía que cada persona tiene el derecho absoluto a existir sin tener que sacrificarse por los demás, revindicando la moralidad del egoísmo individual. Defendiendo que nadie, ni siquiera el Estado, tenga derecho a condicionar ideas o comportamientos.

Observándole en la pantalla, me acordé de aquella vieja película del 49, dirigida por King Vidor y protagonizada por Gary Cooper. El Manantial ponía en imágenes la novela de Ayn Rand del mismo título. Recordé la inquietud que me despertaban sus diálogos, la oscuridad y agresividad de sus imágenes. Rand utilizaba sus libros para defender un arquetipo de hombre independiente, contrario a las masas, radical en la defensa de su libertad individual frente al Estado. En El Manantial, el intenso y oscuro personaje de Gary Cooper, Howard Roark, un arquitecto desgarrado, acosado, proclamaba que "la mente es un atributo del individuo, siendo inconcebible que exista un cerebro colectivo".

Greenspan nunca ha ocultado su militancia en la ideas de Ayn Rand. Tal vez, cuando Greenspan frecuentaba el salón literario de la escritora, se imaginaba como Roark. Como alguien predestinado a velar por esas virtudes morales del mercado y el egoísmo particular. Como un titán contra las hordas colectivistas, defensoras de la regulación de la economía por el Estado. Es también posible que Greenspan, sometido el otro día al implacable interrogatorio del congresista demócrata Waxman, sacara fuerzas recordando a su héroe. Refugiándose en las palabras de Roark, cuando afirmaba que "la mente razonadora no puede estar subordinada a las necesidades, opiniones o deseos de los demás". Quiero pensar, tras escuchar su tibio perdón, que sigue atrapado por esas viejas e insensatas ideas. Que su cerebro ya no puede superar esa ilusión ideológica, esa misión casi bíblica, de la fe inquebrantable en la bondad del egoísmo individual y la perversión del Estado. La verdad es que sus palabras resultan ahora casi irrelevantes, anecdóticas.

Aún así, para entender mejor la actual crisis y el personaje de Greenspan, le recomiendo que un día de estos vea la película de Vidor. Que después de oír una frase impactante, uno de los monólogos de Roark, la dramática escena del juicio, detenga el reproductor y lea cualquier periódico, una simple portada. Podrá comprobar, al margen de las sofisticadas explicaciones de los expertos, que la culpa la tiene Gary Cooper. Mejor dicho, la culpa es de quien se imaginó Howard Roark. Un pobre y soberbio diablo, enloquecido por ese disparate ideológico de la radical separación entre economía y Estado.

Abogado

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