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La derecha necesaria

Crisis es la palabra que con más frecuencia se pronuncia en las últimas semanas cuando aparecen las siglas PP. Parece algo consustancial con las formaciones políticas de carácter conservador en España. Ocurrió con UCD y parece que está a punto de ocurrir con el PP.

el 15 sep 2009 / 04:58 h.

Crisis es la palabra que con más frecuencia se pronuncia en las últimas semanas cuando aparecen las siglas PP. Parece algo consustancial con las formaciones políticas de carácter conservador en España. Ocurrió con UCD y parece que está a punto de ocurrir con el PP. En esta ocasión de lo que se trata es de una voladura controlada; raro es el día en que no aparece una noticia en la que se vislumbra una operación destinada a poner en cuestión el liderazgo de Mariano Rajoy que sólo aguanta el envite por una cuestión de vergüenza torera; abandonar el barco, que es lo que aconsejarían las deserciones y traiciones constantes y continuas, debe ser la idea que, a cada minuto, pase por la cabeza del líder popular. Si no lo hace debe ser por no dar la razón a quienes, desde la orilla del PP, han decidido que Rajoy no es la persona indicada para llevar al país al desastre, que ése, y no otro, es el objetivo que se han impuesto los que han decidido romper las reglas del juego democrático en España.

Efectivamente, desde un tiempo a esta parte, algunos medios de comunicación, fundamentalmente la COPE, pero no sólo ellos (hagan zapping por las digitales terrestres) se han planteado romper la baraja. El sistema democrático, definitivamente no les gusta. Lo aceptaron porque creían que la izquierda nunca sería capaz de alcanzar el Gobierno de España y, si acaso lo hiciera, se trataría de un mero accidente de corta y penosa duración. Pero las cosas han transcurrido de forma diferente. Cuando termine esta legislatura, el PSOE habrá gobernado durante veintidós años y el PP sólo durante ocho, si comenzamos a contar el período de democracia consolidada a partir de 1982. Los estrategas del pensamiento conservador español más rancio consideran que el juego no les interesa porque casi siempre ganan los mismos. Cambiaron de jugador varias veces y el resultado casi siempre se decantó a favor del jugador rival. Seguramente no hubieran ganado nunca si no se hubiera puesto en marcha en 1993 una estrategia de acoso y derribo que según Anson estuvo a apunto de poner en riesgo la propia estabilidad del Estado.

Ahora, de nuevo, ante el triunfo de Zapatero, en el PP se está librando una dura batalla entre los partidarios de aceptar las reglas del juego, pretendiendo ganar al PSOE desde la convicción en sus ideas y la transformación del Partido Popular en un partido más parecido a la realidad de la sociedad española, y quienes se decantan por una guerra abierta contra la democracia sin parar en nada, con tal de conducir al país a enfrentamientos que anulen nuestra demostrada capacidad de avanzar cuando la estabilidad política hace acto de presencia en la vida política española.

No es casualidad que ante el portazo de la dirigente popular en el País Vasco, María San Gil, hayan aparecido en escena para mostrar su apoyo a la deslealtad, gente tan significada por su falta de compromiso con la democracia como Ana Botella o Ángel Acebes, bien jaleados desde los micrófonos de las ondas populares.

Independientemente de lo que interese electoralmente a la izquierda socialista -sin duda interesaría más una retirada de Rajoy para poder confrontar con las Botellas y las Aguirres-, a los demócratas españoles nos iría mejor si el PP fuera capaz de conseguir presentarse, después de su congreso de junio, como un partido conservador, moderno, fuertemente constitucionalista y alejado del rencor que destilan los comentarios diarios de quienes siguen sin aceptar el juego democrático. Todo sería mucho más fácil para España si el PP se configurara como lo que es hoy la inmensa mayoría de los conservadores españoles; no cabe la menor duda de que hay mayor coincidencia entre un conservador español y un conservador francés o sueco que entre determinados dirigentes del Partido Popular español y sus homólogos franceses o suecos. Para España sería de mucho valor que a partir de junio, socialistas y populares pudiéramos abordar los problemas reales que se nos plantean, tales como la crisis económica y su relación con el fenómeno de la inmigración; la embestida de ETA y su final definitivo, el sistema educativo español y su incardinación en el mundo global y digitalizado. Para eso sirve la política y para eso, muchos estaríamos dispuestos a volver a emocionarnos alrededor de un proyecto colectivo que nos haga ganar un futuro que, si lo vemos e imaginamos, lo tenemos al alcance de la mano.

Mientras tanto, todos tendremos que reconocer que el PSOE no sólo es el partido más veterano de todos los que se dibujan en el espectro político español, sino que es el único capaz de entender la realidad de un país tan complejo como el nuestro y de echarse a la espalda la responsabilidad, sin fallar nunca, cada vez que los españoles han necesitado de él. La unanimidad que se percibe en el PSOE es la consecuencia de la debilidad que se aprecia en las demás fuerzas políticas; si los socialistas, en este momento, abriéramos un proceso de discusión interna sobre asuntos que necesitarían discusión, el país no nos lo perdonaría nunca. Mientras los demás se pegan, los socialistas no tienen más remedio que unir esfuerzos para compensar la debilidad de los adversarios. Pero habría mucho de qué discutir cuando el territorio se impone a la ideología.

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