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La inquietud del mejor

el 01 may 2011 / 07:28 h.

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El talento discontinuo de Emana encaja a la perfección en la mitología del Real Betis, construida en una especial virtud de ser pero no de estar en la proporción que se calcula a su potencialidad. Vive de la hipótesis sobreelevada a partir de los zarpazos con que rasga la piel de los partidos, cuando arranca libre sobre la verde pradera que detrae de su infancia en Yaoundé, la ciudad de las siete colinas, cuajada de parques, preñada de grandes espacios. Emana siempre ha necesitado de terreno, sobre todo para cambiar. Es posible que la estabilidad no sea un concepto natural, porque la naturaleza, en sí misma, no es estable. Y seguramente la base del talento es la sorpresa, y por tanto, la discontinuidad.

Su vida es como su fútbol, una suerte de improvisación tentada de arrimarse según destino a extremos opuestos. Pero siempre muy de verdad, a corazón abierto. Como el propio Betis. Su padre fue futbolista y gracias al balón, a la vieja, que diría Di Stéfano, en su amplia familia siempre estuvieron todas las necesidades a cubierto. Pero su madre no quería que jugara al fútbol, prefería que impulsara su facilidad para el dibujo y en esa ilusión de verlo arquitecto vivió la señora hasta que unas Navidades el Valencia le pagó un viaje hasta España. Ella pensaba que el pequeño Achille estaba en casa de un tío en Camerún, pero no, estaba junto al Turia explotando sus inmensas cualidades en la cantera che, donde ganó una Copa del Rey juvenil.

No había marcha atrás pero un problema administrativo con su permiso de residencia le obligó a marcharse a Francia. No le importó. En la bella Toulouse, la ciudad rosa o la ciudad de las violetas, se consagró como profesional, y se convirtió en pieza clave para asentar a aquel equipo en la élite, e incluso, asomarse con timidez a Europa. Fueron siete intensos años de vino y rosas, de goles desde el centro del campo, de forjar un estilo donde la potencia nunca se confundió en sus piernas con la clase.

En Camerún ya era una estrella, un icono inmenso ubicado entre los diez personajes más influyentes de su país, como bien refleja la lista Wip, basada en las búsquedas en internet. Ahí Samuel Eto'o, nacido también en Yaoundé, arrasa, por encima del mismísimo presidente Paul Biya. No por nada Camerún es el Brasil africano. Cuando cambió el río Garona por el Guadalquivir, también se trajo hasta su chalet en el Aljarafe sevillano a su extensa parentela. Nunca le faltan primos, tíos, amigos y allegados, tampoco su hermano Stephane, que prueba en las categorías inferiores del Betis. Es fácil confundir su generosidad con despilfarro, pero sus llamativas camisetas, donde la modernidad le echa un pulso al buen gusto, su colección de relojes caros carísimos o sus llamativos coches comparten vida con ayudas a orfanatos y numerosas acciones solidarias en Camerún, donde tiene además una curiosa responsabilidad civil heredada: en su barrio de Yaoundé ejerce de una especie de juez de paz, la traslación al siglo XXI de aquellos jefes tribales que aplicaban leyes conforme a la tradición y al sentido común.

Teniendo a Nelson Mandela como icono, Emana tiene un alto sentido de la libertad. Será por ello que juega así, a su aire, será por ello que tiene tres hijas de tres amores distintos. Achille, el hombre de los pies ligeros, según refiere su nombre a la Ilíada de Homero, el héroe que siempre escapa incluso al lacito que una vez le quiso poner Pepe Mel para enviarlo a tantos sitios donde nunca se fue. Achi- lle, el novio de una sevillista, el del penalti a lo Panenka que no entendió Cobeño, el del sombrero en el verde de Heliópolis, que le canta "Que no nos falte Emaná", tendente al lío con la palabra en la convulsa selección de Los Leones Indomables y a formar un lío con el balón en los pies, Achille, un cheque en blanco (y verde), siempre dispuesto a irse, siempre dispuesto a quedarse.

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