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La mala fama de la Navidad

La época navideña tiene mala fama entre el progrerío porque es verdad que todos sus caminos conducen a los grandes almacenes; también empieza a tenerla para los ecologistas por aquello del derroche de luces; no hablemos de quienes arremeten contra lo extranjerizante.

el 14 sep 2009 / 21:17 h.

La época navideña tiene mala fama entre el progrerío porque es verdad que todos sus caminos conducen a los grandes almacenes; también empieza a tenerla para los ecologistas por aquello del derroche de luces; no hablemos de quienes arremeten contra lo extranjerizante. Pero la Navidad está ahí, y vive más adentro, donde bogan los remos del metro con el que medimos la vida. No vale decir que es, sólo, el impulso de la alegría porque los días comienzan a alargarse: en el hemisferio sur sucede al contrario y la Navidad se celebra con el mismo bullicio. Algo más debe haber para que a todos nos venga el deseo de salir a la calle, de ver a la familia, de reunirnos con los amigos.

Puede ser que influya el fin del año y, seguramente, algo hay de eso, pero hay más, por ejemplo el belén. Un belén conmueve a todo el mundo; en él se plasma la pirámide de las clases sociales; allí están todos los oficios, los momentos de la vida cotidiana transformados en trascendentales y los hechos diplomáticos más transcendentes (la adoración de los Magos) convertidos en cosas de andar por casa. En los belenes de San Juan de Dios o de Santa Rosalía está el mundo tal como querríamos que fuera. Como lo sueñan los reyes, los funcionarios, los albañiles, los catedráticos, los inmigrantes, los militares, los periodistas, los taberneros, los carteristas? Hasta los capitostes de grandes almacenes.

Antonio Zoido es escritor e historiador.

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