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La montaña mágica

Sevilla tiene una librería vertical. Literalmente, un montón de libros. La parte más alta es para reunirse y hacer cosas raras, propias de la gente que lee. Ahora tiene un jefe nuevo. Es
La Casa del Libro.

el 08 feb 2011 / 21:53 h.

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A este torreón de la calle Velázquez no sólo acuden quienes andan buscando un libro para leer, que es el uso común, por ingesta, que suele dársele a ese curioso medicamento. También van mucho por allí quienes, por tener una fe ciega en la llamada vía tópica, quieren libros para tenerlos, dice el nuevo director, Rafael García. Acaba de llegar al puesto y ya se sube a las estanterías no bien se le pida con insistencia, sabedor del daño que la prosopopeya, esa vieja severa e insoportable, ha causado a la cultura desde el día en que ésta nació. Pero si hubiera sido por él, tal vez la foto se habría tomado desde la primera planta, aprovechando de fondo el enorme cristal que se asoma con indisimulable orgullo librero al bajo repleto de ejemplares de toda clase y condición, en número de miles y miles. O tal vez arriba del todo, en el saloncito de actos. "Nosotros lo llamamos la Planta Cuarta", dice, con voz de quien daría por normal que en ese preciso momento apareciera por la esquina un niño con un triciclo y tres seises en la frente. Lo tendría difícil el niño, porque allí mucho sitio no es que haya para correr. Todo lo más, podría despeñarse por las escaleras. Y así, lo último que vería en esta vida no sería un resumen en vídeo de su tétrica existencia, sino una magnífica exposición de fotos, que es a lo que se va a dedicar a partir de ahora ese espacio: La mirada de la escalera, se llama desde hace una semana. Sí. La Planta Cuarta, en la cima de esa galería de peldaños, tiene magia.

"Una librería tiene que ser algo más que un sitio donde se venden libros", afirma García. "Debe haber además debate, discusión, intercambio", explica, confeccionando así un bello prólogo para lo que se le antoja una verdad inevitable: que "la implantación general del libro electrónico se dará dentro de entre cinco y diez años", y que ni siquiera el proverbial papel de guía espiritual que la tradición atribuye al buen librero, razón a la que algunos se agarran a la desesperada, servirá de barricada contra un mundo virtual que trae consigo a miles de asesores y consejeros: las redes sociales, cuya efervescencia en esta función orientadora no conoce precedentes. En Facebook, uno no es que se entere antes que nadie de lo que atañe a la última novela de Maruja Torres, no: es que es la propia Maruja Torres, con la que charla a diario, quien lo va poniendo al tanto.

Viendo esas paredes como de papel repujado cuesta creer que el libro pueda ser historia antes de que un niño nacido hoy aprenda a leer. Hablando con el nuevo director se llega a la esperanza de que si algo puede salvar al libro es su "relación carnal con el lector", esa vía tópica, esa diferencia de peso, de tacto, de color, de olor que tienen entre sí los libros, todos los libros. El poder darle el pellizco a la página: eso salvará al libro, si es que algo lo hace, suponiendo que así deba ser.

Es llamativo que de un tiempo a esta parte, el principal tema de conversación con un librero sea cómo se las va a arreglar. El flamante director apela para ello a la aludida relación lector-librero, pero también a la adecuación de éste a las nuevas tecnologías, que también son mercado, y la apertura a clientes cada vez más jóvenes. Para eso y para otras cosas está la Planta Cuarta. Sólo en lo que queda de mes, están previstos los cuentacuentos de los sábados a mediodía, un taller de literatura con Manuel Gregorio (los lunes, a las 20.00), las presentaciones de libros (mañana mismo hay una a las 19.30: Los sacramentos civiles, de Juan Luis Cantador), el Café Filosófico del próximo viernes (con Antonio Pino y una pregunta: ¿sabemos usar la libertad?), taller de poesía, debates... Y de ahí para abajo, hasta la misma puerta de la calle, libros. Póngale un botón a eso.

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