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La tragedia de los sillones

Hoy se cumplen diez años del derrumbe de la nave de Muebles Peralta en el que murieron cuatro personas.

el 02 feb 2010 / 21:30 h.

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Un sillón ante la puerta de Peralta, repleta de policías.

Sillones orejeros a 3.000 pesetas. La oferta era irresistible, ya que antes costaban más de 30.000 pesetas. Aquella mañana del 3 de febrero de 2000, cientos de personas se agolpaban a las puertas de la nave de Muebles Peralta junto a la N-IV, haciendo cola para poder hacerse con uno de los 46 sillones en oferta. Todos acudieron para cazar la ganga, sin saber la fatal jugada que les depararía el destino y que algunos no contarían.

"Fuimos a echar la mañana. Desayunamos y como mi marido está jubilado fuimos, como muchos otros días hacíamos a otros comercios. Y fíjate como terminamos", recuerda María Luisa Ordóñez Sánchez. Esta ama de casa de 67 años acudió con su hija y su marido para adquirir uno de esos sillones. Los tres cayeron cuando el forjado de la planta cedió, cayendo de una altura de cuatro metros. Unas 185 resultaron heridas y cuatro de ellas fallecieron, ninguna en el acto, sino tras ser hospitalizadas. La última murió un año y medio después del suceso.Peralta había abierto sus puertas a las 10.00 en punto. Los empleados tuvieron que repartir números para evitar una avalancha, que se enfureció cuando rápidamente se agotaron. Unas 200 personas se agolpaban en la entreplanta cuando a las 10.06 horas se oyó un fuerte crujido, "ensordecedor", según relataban entonces los testigos. El suelo se desplomó y cientos de personas cayeron al almacén situado en el sótano entre cascotes y muebles. Fueron minutos de desconcierto y confusión. Nadie sabía lo que había ocurrido y sólo se escuchaban lamentos y gritos de auxilio, como el de una chica que estaba embarazada y que perdió su bebé. "Mi hija no puede ni acordarse de ese día", dice María Luisa.

Ella y su hija fueron dos de las víctimas. Ambas sufrieron diversas fracturas que le mantuvieron meses hospitalizadas. Pero la peor parte se la llevó su marido, Manuel Ramírez Domínguez, que fue una de las muchas personas que acabó postrada en una silla de rueda. Manuel llevaba diez meses jubilados, "por eso fuimos", dice su esposa, que recuerda con horror los meses de recuperación. "Hasta tuvimos que contratar a una mujer para que fuera a cuidarle al hospital porque nosotras estábamos también en rehabilitación", recuerda María Luisa.

Tras la tragedia se abrió un proceso judicial contra el dueño de Muebles Peralta, Francisco Peralta. "Su indicación desde el principio, además de la defensa jurídica, fue indemnizar a los clientes, porque decía que ellos no tenían culpa de nada", recuerda Manuel Pérez Cuajares, uno de los abogados del empresario. Y así se hizo. Peralta pagó más de 7,8 millones de euros, lo que hizo que hipotecara su patrimonio personal y, aún así, sacó adelante el negocio.


"Fueron días de locura, pues tuvimos que negociar con más de 40 abogados", explica Pérez, quien recuerda que hasta el día antes del juicio estuvieron cerrando un acuerdo con una pareja, "que fue la más reticente". La juez tuvo en cuenta esta acción y le condenó a un año de prisión, en lugar de los tres que pedía el fiscal, que fue conmutado por una multa.

Hoy, diez años después, junto a la N-IV no queda nada que recuerde la tragedia del 3 de febrero de 2000. Sólo hay un solar baldío lleno de escombros.

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