Local

La ‘vereíta’ verde no cría hierba

Menudo revoltijo se ve cada día en este paso de cebra y en sus dos liosas orillas: ya no es que sean ciclistas y caminantes, sino capuletos y montescos. Haya paz. He aquí una invitación a ser más tolerantes.

el 21 nov 2010 / 19:38 h.

TAGS:

Se pasea entre unos y otros, esquiva las bicicletas y las piernas de la gente, si escucha algún ruido levanta la cabeza y deja de picotear algo olvidado en el suelo. Cuando el semáforo se pone en verde no tiene más remedio que echar a volar: el caos vuelve a empezar. Una paloma de plumas pardas y blancas es la paseante en plantilla de la esquina de la calle María Auxiliadora con José Laguillo; en ese mismo rincón se agolpan como pueden la entrada al Centro de Salud, un paso de peatones con un rápido semáforo, una parada de autobús, un tramo de carril bici y más extras que una película de Cecil B. DeMille. Y la acera de enfrente no es mucho más apacible.

Este tramo del carril bici que recorre toda la ronda interior de Sevilla es un auténtico caos para quien no tenga costumbre. Unos metros de asfalto separan una orilla de María Auxiliadora de la otra; sobre ellos van en paralelo un paso de peatones y un paso del carril bici de color verdoso, el semáforo que marca el ritmo del acontecer no dura más de treinta segundos. Para las bicis el paso empieza y acaba en una curva cerrada, y da la sensación de que es uno de esos peligrosos giros de las carreras de los que hay que salir acelerando, o pedaleando. En una acera está el Centro de Salud y toda su variedad de pacientes, esperando en la puerta no se sabe el qué. En la opuesta, si se sigue el carril bici por la acera (que no peca de ancha precisamente) se llega a la puerta de un bar de donde algunos salen de tomarse el primer café de la tarde; después de eso está la parada del autobús que discurre por María Auxiliadora. El carril bici parece haber sido metido con calzador en esta calle pero aún así todos se prestan a compartir el escaso espacio. Los ciclistas lo ven todo verde; los peatones lo ven todo gris. Y ambos lo ven todo negro cuando se pasa del carraspeo de recriminación al insulto destemplado entre ejemplares crecidos de ambas familias urbanas.

Lo peor de todo es el semáforo o parrilla de salida. Está en verde para los coches y estos pasan a ritmo continuo, pero para los peatones y las bicis está en rojo. Mientras esperan a que cambie de color, se van acumulando de forma desordenada los ciclistas en el carril bici y en el paso de peatones los viandantes (o viceversa). Intentan ocupar el menor espacio posible para no estorbar al otro, pero cuando se abre el semáforo todos olvidan quienes son. Las bicis se creen peatones y pasan por encima de las rayas blancas en un zigzag, los peatones han decidido que por la pintura verdosa del carril bici se anda con más facilidad y allá van, otros son un poco bipolares y entran y salen del carril. Los hay que buscan pelea, bicis y peatones que se encaran en un yo primero. De pronto todo se calma, el semáforo vuelve a estar en rojo. Algún colegio cercano ha debido de terminar sus clases; se escuchan los gritos de los niños. Se ponen en fila para cruzar la calle mientras charlan, no se sabe qué camino seguirán ellos. Pero hay quién lo tiene claro, un hombre lleva de la mano a una mujer que hace un gesto de dolor, ambos se colocan encima del carril bici, parece no haber tiempo para tonterías. Las bicis siguen llegando y frenando al borde del asfalto.

A todo el mundo parece gustarle estar a las cinco y cuarto de la tarde en esa concurrida esquina, donde no cabe ni el hilo ni el alfiler. La parada de autobús sólo consta de una columna vertical que recoge la línea y el recorrido, consecuencia: los usuarios no tienen donde refugiarse. Como la acera está ocupada por el carril bici y por los peatones, a los que esperan el autobús sólo les queda volar u ocupar el carril bici, con las consiguientes pitadas de los furiosos ciclistas. O pueden esperar en fila al borde de la acera; estos últimos terminan pareciendo soldaditos, formando en fila. En la otra acera, los paseos sobre bastones y muletas se suceden ante el Centro de Salud. El vendedor de cupones ya ha terminado su jornada y recoge, mientras las bicicletas lo sobrepasan a derecha e izquierda por la acera. La paloma se ha vuelto a posar en el suelo y sigue picoteando los restos de una pipa. No le quita ojo al semáforo.

  • 1