Cultura

La vida sigue igual

Se esperaba más, mucho más de este encierro de Jandilla que habría sido el mejor bálsamo para Borja Domecq Solís, que ayer no llegó a ocupar su burladero en la plaza de la Maestranza. No pudo tomar notas del juego de sus pupilos en espera de la operación que le devuelva la salud definitiva el jueves de farolillos, cuando el abono ya esté visto para sentencia.

el 16 sep 2009 / 01:56 h.

Se esperaba más, mucho más de este encierro de Jandilla que habría sido el mejor bálsamo para Borja Domecq Solís, que ayer no llegó a ocupar su burladero en la plaza de la Maestranza. No pudo tomar notas del juego de sus pupilos en espera de la operación que le devuelva la salud definitiva el jueves de farolillos, cuando el abono ya esté visto para sentencia. No pasa por sus mejores momentos este criador fundamental que ayer sólo habría disfrutado, muy a medias, con el juego del quinto de la tarde; tampoco habría quedado satisfecho del todo con el cuarto que, dejándose, no fue un toro redondo. Y es que la vuelta de la vacada de Jandilla no respondió a las expectativas despertadas merced a un encierro en el que hubo de todo, pero nada excelente de verdad.

Abría cartel y cumplía su enésima Feria de Abril Finito de Córdoba. Veterano, a la vuelta de todo y con la ambición cada vez más recortada, sorteó en primer lugar un toro protestón al que le costó seguir la muleta. Planteó el trasteo Finito entre las rayas y al comprobar que el toro no estaba dispuesto a colaborar tiró por la calle de enmedio y no se dio ninguna coba. Muchas más opciones le iba a dar el cuarto, un toro al que pasó sobre la mano izquierda con solvencia pero sin acabar de comprometerse y al que enjaretó muletazos muy sueltos, muy a cuentagotas, sobre la mano derecha. Se dejaba el toro, pero no acababa de tomar vuelo definitivo la faena, que se prolongó a la vez que arreciaban las protestas del personal, que estimó que el cordobés no llegó a apurar nunca al toro de Jadilla. Y además tenían razón.

Tampoco se quedó la gente demasiado contenta con el juego del segundo de la tarde, un toro al que siempre le faltó remate en los viajes y al que Morante de la Puebla trasteó en un labor sin eco a la que le faltó la entrega definitiva de un enemigo que además cortaba sus viajes por el pitón izquierdo. La faena resultó trabajosa, resuelta a zapatillazos, sin que el animal terminara de entregarse del todo en la muleta del diestro de La Puebla, que lo echó abajo de una estocada habilidosa.

Afortunadamente se pudo desquitar en parte con el quinto de la tarde. Éste fue un animal de cierta bondad con el que Morante se mostro siempre firme, desde el inicio con muletazos cambiados hasta la serie que cimentó la faena en la que se acabó entregando el jandilla. Algo más desigual, resuelta con un cambio de mano, resultó la segunda serie, centro de un trasteo esforzado y bien trazado que no pudo resolverse al mismo nivel por el pitón izquierdo, lado por el que el toro se lo pensaba siempre y había que aguantarle más. Cada vez más rajado, Morante culminó su faena más allá de las rayas, rubricado por medio espadazo que bastó. Para él fue una oreja justa, ayuna de oropeles, que ya le iba haciendo falta al diestro de La Puebla al cumplirse la tercera comparecencia de sus cinco compromisos en el abono sevillano. Aún le queda una en la Feria de Abril. Ojalá le embista de verdad un juampedro.

Debutaba en el ciclo el francés Sebastián Castella, un torero en busca del tiempo perdido que arañó el trono con los dedos no hace tanto y que no tuvo ayer excesivas oportunidades para reivindicar el lugar al que aspira. Su primer enemigo, que esperó siempre en banderillas, sólo le permitó mostrarse firme y compuesto en el inicio de una faena que planteó templado. Desgraciadamente todo fue una ilusión, al cuarto muletazo el toro se echó en el albero y pidió el puntillazo que acabó con su vida sin que Castella llegara a montar la espada.

No se amilanó el diestro francés al despachar al sexto de la tarde, un toro que apretó siempre para los adentros y que se abrió en los muletazos de puro rajado, tardeando siempre en los viajes. Si tomaba el primer pase, al segundo se quería ir y sólo quedaba la opción de llevarlo tapado, de intentar tapar esas querencias que se acabaron imponiendo, dando al traste con el cierre de esta corrida que volvió a saber a muy poco. Afortunadamente los relojes sólo marcaban las ocho y media cuando Castella lo echaba abajo de una estocada trasera. Menos mal.

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