“Sólo tiene sentido para los niños”, responde a la pregunta el futuro arquitecto Pablo García. “Tiene sentido para todos, es el espectáculo más vivo que hay, el más real”, le rebate la madrileña Pilar Moreno.
Las opiniones de uno y otro, opuestas y contundentes, reflejan el sentir de la calle: desde enamorados del circo tradicional, ése de payasos, acróbatas y grandes elefantes, hasta contrarios no sólo a este tipo de espectáculo, sino también al maltrato de animales que muchos de ellos ejercen.
Hoy es el último día que pasa en la ciudad, concretamente en el pabellón de San Pablo, el circo americano de la compañía Ringling Bros. Así que ya sabe, hoy es su última oportunidad tanto si es un nostálgico empedernido que quiere regresar por unas horas al dulce sabor de la infancia, como si tiene la misma infancia instalada en casa pidiéndole a gritos diversión, para ir a ver el espectáculo circense más antiguo del mundo.
No obstante, el paso del tiempo, la llegada de fórmulas innovadoras a un mundo tradicional de nómadas, y las polémicas que rodean a algunas compañías respecto al trato de animales –y Ringling Bros es una de ellas–, hace que los sevillanos se pregunten si, en pleno siglo XXI, el circo como espectáculo sigue teniendo sentido.
