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Lizzie ya no llora por su paciente

Si existe un indicio claro de que una muchacha va para monja, ése es que desde chica haya dejado ver cierta disposición innata a reparar techumbres. Es una tarea que las monjitas siempre están deseando emprender o celebrando haber emprendido, como sabrán si son ustedes dados a leer la sección de Vida Monacal de los periódicos, tan llenas siempre de teresianas, clarisas o como se llamen, sonrientes ante un fondo de espuertas de mezcla, pilones con avispa y portes de tejas...

el 16 sep 2009 / 07:12 h.

Si existe un indicio claro de que una muchacha va para monja, ése es que desde chica haya dejado ver cierta disposición innata a reparar techumbres. Es una tarea que las monjitas siempre están deseando emprender o celebrando haber emprendido, como sabrán si son ustedes dados a leer la sección de Vida Monacal de los periódicos, tan llenas siempre de teresianas, clarisas o como se llamen, sonrientes ante un fondo de espuertas de mezcla, pilones con avispa y portes de tejas. No podría concebirse un mejor estado anímico que el éxtasis gozoso proporcionado por esa piadosa lectura para recibir una noticia como la que acaparaba ayer todas las letras gordas de los diarios: el Gobierno responde a la artillería de la patronal con una andanada de ayudas económicas para los autónomos, los parados y los pensionistas.

Alos nacidos antes de los setenta, en particular si somos asiduos seguidores de Vida Monacal, nos emociona hondamente el espectáculo de ver cómo los políticos de izquierdas, pese a la tantas veces proclamada extinción de las ideologías, aún se acuerdan de ofrecer la mano a los necesitados para bajar del bordillo o para cruzar una calle. O, sencillamente, para ir en compañía y darse afecto mutuo mientras caminan del brazo, como cuenta Henry James que paseaban el joven teniente Jack Ford y la señorita Lizzie por esos campos de Ohio recién entrada la primavera, encantados de ponerse de barro hasta las rodillas en nombre del amor. De la bella dama dice el escritor que se apoyaba en su galán "medio avanzando al unísono con él, medio dejándose llevar", con el "instintivo reconocimiento de la dependencia" que antaño experimentaban las muchachitas más pánfilas no bien terminaban de prometerse con un mocetón dotado con uniforme de gala y sueldo del Estado. "Instintivo reconocimiento de la dependencia." Qué expresión tan atroz.

Pero claro, aquello era la guerra.

Durante los paseos, el teniente no encontraba mejor pasatiempo que colocar a su novia en la tesitura de que a él le hubiesen volado los sesos los confederados en el frente de Virginia, ocasionando en la joven protagonista de La historia de un año sollozos tales como los de una carmelita descalza a la que los peritos acabasen de anunciar que su techumbre se encuentra en perfectas condiciones. Y así en sucesivas cartas desde la batalla, en las cuales Lizzie fue descubriendo que quien habla así sólo puede quererse a sí mismo. Hasta que, harta de llanto, un día empezó "a dudar de su capacidad para llorar por Jack".

Quienes cargan con la responsabilidad de la dependencia ajena (y consideren que Henry James fue un señor poco dado a escribir tonterías) no sólo deben ofrecer eventualmente su brazo para bonitos paseos o bordillos escarpados; además, en aplicación de la moraleja y dado que estamos en guerra, harían bien serenando a quienes necesitan de su apoyo con la promesa de que siempre estarán ahí. Naturalmente, algunos se pondrán furiosos: los que dejaron que la casa se nos cayera encima mientras perdían el tiempo hablando de lo que pasaría si ellos no estuvieran. Qué ganas de hacer llorar.

Periodista.

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