Cultura

Manzanares se mira en Ordóñez

Viajar a Ronda -da igual que se camine desde los olivares que comparten Sevilla, Córdoba y Málaga; da lo mismo que sea desde los llanos de Utrera o la serranía que la separa del mar- implica encontrarse con una de las fuentes del toreo. Viajar a Ronda significa acceder con el templo que atesora un secreto revelado. Foto: EFE.

el 15 sep 2009 / 11:21 h.

Viajar a Ronda -da igual que se camine desde los olivares que comparten Sevilla, Córdoba y Málaga; da lo mismo que sea desde los llanos de Utrera o la serranía que la separa del mar- implica encontrarse con una de las fuentes del toreo. Viajar a Ronda significa acceder con el templo que atesora un secreto revelado.

No puede ser casual que Pedro Romero pusiera los cimientos del toreo al borde de este inmenso Tajo. Que esta fuera la cuna del gran maestro, Antonio Ordóñez, que convierte el arte de torear en un canon clásico.

De ese tronco frondoso y rotundo, en ese espejo exigente, se miró ayer el joven Manzanares para crear la obra torera más bella de la tarde. El alicantino había recibido al toro que posibilitó su recital, el quinto, con unos capotazos cosidos con cadencia, suavidad, interpretados con las yemas de los dedos y resueltos con un leve codilleo de puro regusto.

Echó la cara arriba en el caballo el animal pero hizo cositas buenas en banderillas, antes de que el joven Manzanares iniciara su trasteo con unos muletazos compuestos y templados que escondieron mucho, muchísimo toreo. No acababa de entregarse su enemigo y el diestro le aplicó una suavidad excelsa a pesar de sus protestas hasta hacer brotar ese toreo de expresión que se sublimó en un gran pase de pecho en el que toreó con todo el cuerpo.

Era la obertura definitiva de su recital, que continuó en un larguísimo circular invertido que se impuso a las continuas protestas del toro. La obra alcanzó su techo sobre la mano izquierda en una sucesión de muletazos acariciados, que se resumieron en un soberbio natural en el que toreó con el cuerpo abandonado, extrayendo de la suerte toda la belleza que puede tener el arte de torear.

Definitivamente enfrontilado con el toro -homenajeando la memoria del mejor Antonio Ordóñez-, mantuvo el altísimo tono de un trasteo que además logró hacer que el toro se entregara definitivamente mientras Manzanares se emborachaba de toreo con circulares, ayudados y pases de pecho envuelto en un clamor. Un pichazo previo a la estocada no fue impedimento para que cortara las dos orejas y se convirtiera en el acto en un clásico de una Goyesca que ya es suya.

Manzanares ya mostró la alta alcurnia de su toreo en con las dos esculturales verónicas y media con las que recibió al segundo. Esta vez la suerte de varas ni siquiera existió aunque el toro hizo albergar esperanzas en el eficaz capote de Curro Javier. Manzanares rompió el cuerpo en los primeros muletazos y planteó su faena con la muleta siempre adelantada para coser muletazos en los que el temple fue el apoyo de la expresión.

Con un cambio de mano deslizante lanzó la tarde y una breve tanda sobre el pitón derecho, honda y breve, condensó el valor de toda la faena que, sin embargo no tuvo la misma continuidad cuando se echó el engaño a la mano izquierda. Hubo final de arte y ensayo, preludio de una estocada trasera y tendida que le sirvió para cortar el primer trofeo de la tarde.

Perera está que se sale, y ayer lo volvió a mostrar en Ronda en sendos trasteos en los que se subió encima de sus enemigos. Al tercero, distraído e incierto, le formó un auténtico gazpacho a base de quedarse en la cara, sorteando la tendencia a huir de su enemigo. Un circular invertido marcó el nivel del trasteo.

A esas alturas, el toro ya se le había acabado, había quedado totalmente exprimido. Sí se pasó de faena ante el sexto de la tarde, al que cosió a la franela en la primera fase del trasteo en una labor milimétrica, plena de temple, que obligó al toro a embestir y a seguir su muleta como por hipnosis. Perera se inventó al toro, pero prolongó el trasteo hasta más allá de lo aconsejable cuando su enemigo había claudicado y huía de la pelea. En cualquier caso, la demostración de su estado de sitio quedó patente. Él es el rey de la campaña.

Esta vez no fue la tarde de Rivera, que sorteó el peor lote del envío de Domingo Hernández. Tuvo que cortar por lo sano ante el primero, que se lastimó una mano y tampoco tuvo demasiadas opciones con el cuarto, un toro brusco que embistió a cabezazos y con el que Rivera tampoco se dio coba manejando la muleta.

Sí se había templado en el recibo capotero con la rodilla flexionada, marca de la casa, y en un larguísimo segundo tercio en el que el toro, muy metido en tablas, ya cantó su escaso fondo de bravura. Se mascaba en el ambiente la propina de un sobrero -otro guiño a los tiempos del genial rondeño- que finalmente regaló Rivera sin que tampoco dejara al nieto de Ordóñez sentirse a gusto por sus brusquedades. Una cariñosa oreja premió sus esfuerzos.

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