Cultura

Manzanares y Morante cuajan una gran tarde para la historia

El mano a mano programado en El Puerto llenó la Plaza Real y colmó las expectativas levantadas.

el 06 ago 2011 / 21:04 h.

El largo fin de semana taurino de El Puerto había comenzado el jueves mostrando a un pletórico, capaz e ilusionante Daniel Luque al que siguió el homenaje nocturno del viernes al viejo Fermín Bohórquez. Ponce y el mejor Cid de mucho tiempo se la jugaron sin cuento con un serio y complicado envío de Torrestrella que también incluyó un animal de excelsa bondad que sirvió para el reencuentro del de Salteras.

Pero el verdadero plato fuerte, el único que logró llenar la inmensa plaza de El Puerto estaba programado ayer: un atractivo mano a mano que enfrentaba a Morante y Manzanares con la vacada de moda, la de Núñez del Cuvillo. Tras el premioso preámbulo que abre los festejos en el Coso Real, Morante dibujó tres verónicas de postal con un toro inválido que no sirvió en el último tercio. El caso es que el personal andaba con él y le aplaudió desde que salió animoso a recibir al tercero, un toro sueltecito pero de excelente fondo que sirvió al de La Puebla para dibujar una faena plena de belleza resuelta sobre ambas manos que hizo crujir a la complaciente parroquia. El toreo al natural, el repertorio de aguafuertes y la sincera entrega del diestro de La Puebla, que culminó su trasteo con un pinchazo y una estocada, devolvieron las ilusiones de otro tiempo.

El quinto también le dejó expresarse por chicuelinas y hasta compartir palos con Manzanares, que encantó e improvisó a pesar de marrar. Morante sí acertó, aunque fue alcanzado al salir del embroque en el tercer par. Hubo larga pausa para recomponerle la ropa pero pidió una silla a los palcos y se montó la marimorena en un inicio de faena entronizado en enea. En la faena, dictada a golpes de inspiración, hubo de todo: muletazos hondos; ayudados de otro mundo y compás de bulería. La tarde estaba lanzada y aunque el toro no valía un duro el trasteo se vivió como una revelación que acabó de desatar el entusiasmo.

Manzanares había sido el primero en puntuar gracias a una faena ajustada, cuajada de pausas pero de sabia administración que rompió en dos excelsos muletazos diestros y un cambio de mano marca de la casa. Un natural de aire escultórico marcó la cumbre y apuntó el trofeo que amarró con un contundente volapié contrario que echó abajo al cuvillo. Había que salir a por todas con el cuarto, un mansísimo animal que se quedó sin picar. Pero hubo cante y quejío en las chicuelinas del quite, cosidas con media arqueológica. Curro Javier y Blázquez lo cuajaron con los palos y el Manzana se meció en la obertura de un faenón expresionista, hondo y arrebujado; interpretado sobre el lado diestro y sentido en cada pase.

No importó la mansedumbre del toro, que sí brindó nobleza para fraguar una obra refrendada con una espectacular estocada en la suerte de recibir que no bastó para echarlo abajo. Aún quedaba el sexto, brindado a Fermín Bohórquez después de un gazpacho de la cudrilla y cuajado de cabo a rabo en una faena a más resuelta de un soberbio volapié. Manzanares y Morante habían restituido el orden natural del toreo.

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