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'Paquidermo': el psicoanalista de las viñetas

Continuando con la magnífica labor que han venido haciendo hasta la fecha de cara a la obra del suizo, la editorial vizcaína publica este título, un soberbio trabajo muy en la línea de lo que se ha leído del genial artista europeo.

el 27 ene 2010 / 21:11 h.

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Victor Janeiro y Belen Esteban.
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Con un reducido puñado de obras en su haber, que no llegan a la decena, Frederik Peeters ha pasado de ser un total desconocido a situarse en poco menos de un lustro como uno de los claros referentes del panorama actual europeo. Ello ha sido posible en virtud a un talento que combina de forma brillante clasicismo y tradición con renovación y experimentación, dando como resultado unos trabajos cuya lectura se efectúa a muchos más niveles que el que exige el común de los tebeos, algo que ya demostraba sobradamente el trabajo que le sirvió como carta de presentación en nuestro país, la breve pero intensa Constellation,  y que corroboraba (y cómo) la magistral Píldoras azules.

Nominada al premio a la Mejor Obra Extranjera en el Salón de Barcelona de 2005, el íntimo relato de la relación de Peeters con su pareja seropositiva y el hijo de ésta, es de esos que llegaba al corazón del lector de forma directa, anidando en él para siempre. Tras ella, Peeters se reiventaría por completo con Lupus, una road movie galáctica de asombroso rerealismo para la que el epíteto fascinante se queda corto.

Con RG (relato de las vivencias reales de un policía de la Dirección General de Información francés) y Koma (surrealistas aventuras de una niña en un fantástico mundo), Peeters volvía a demostrar que es un autor que no conoce límites, algo que Paquidermo, su última obra, recalca con inusitada maestría. Para este nuevo trabajo, el suizo elige un marco que en el cine y la literatura siempre ha dado excelentes resultados, la década de los cincuenta. Con la paranoia de la Guerra Fría sobrevolando por las páginas, el artista toma a dos personajes, una mujer que busca a su marido en un extraño hospital y el médico que lo ha operado, y los hace girar en torno a una trama que va desvelándose como lo hacen los grandes relatos de suspense, poco a poco y sin que decaiga el ritmo. Pero esta no sería una obra de Peeters si en el interín no hubiera lugar para lo onírico y lo simbólico, aspectos ambos que se han dado la mano de forma continua en su trayectoria y que aquí quedan expuestos a través de alegorías de clara raíz freudiana (con el sexo y la culpa que de éste se deriva como principales actores) combinadas con otras como la muerte o la vejez en un fascinante e intenso cocktail.

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