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Pellizcos y emoción en el templo de lo jondo

el 09 sep 2012 / 22:31 h.

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Teatro Lope de Vega. José de la Tomasa, Adela Campallo y Julián Estrada. Guitarristas: Antonio Moya, Manuel Silveria, Juan Campallo y David Vargas. Percusión: José Carrasco. Palmas: El Torombo. Cantaor para el baile: Juan José Amador y el Extremeño. Dirección Escénica: Fali Pipió. Producción: Luis María Rodríguez. Entrada: lleno. Sevilla, 9 de septiembre de 2012.

Estaba hambriento de cante, deseoso de poder escuchar a un maestro del quejío en una Bienal que nos ha salido bailona y muy descafeinada. Me refiero a José el de la Tomasa, al que pude escuchar hace treinta y dos años en este mismo teatro, en el patio de butacas, cuando le disputó el Giraldillo a Calixto Sánchez. El crítico era entonces un albañil que soñaba con aprender a juntar las letras para poder escribir de un arte que, aunque parezca increíble, le sigue haciendo cosquillas en las entretelas del alma. El cante es un veneno y escuchar a José de la Tomasa por seguiriyas, como una muerte chiquetita.

Pero no fue el maestro de la Alameda el primero en romper el silencio de la noche, sino un joven cantaor de Puente Genil, don Julián Estrada, que se trajo de Córdoba a un guitarrista extraordinario, Manuel Silveria, un bicharraco tocando, al que las guitarras no se la hace un guitarrero, sino un ferrallista. ¡Qué manera tan agresiva de tocar y cuánta sensibilidad hay en su música! Esa música prodigiosa le sirvió al cantaor para abrir con temporeras y trilleras, los olvidados cantes del campo, como él mismo dijo en sus letras. Luego evocó el recuerdo indeleble del gran Chacón en su malagueña del Canario de Álora, Corte. Viva Madrid, que es la Corte, que clausuró con un buen fandango de Frasquito Yerbabuena acabado como hay que acabar los cantes, sin irse de la silla dando un salto. Y el público, que llenó la bombonera, se dio cuenta pronto de que había cantaor y, por tanto, recital de altura. Soleares de Cádiz y Alcalá, con poderío y buen temple, para lograr la comunicación total con el respetable en unas alegrías donde lo mismo recordó a José el Águila, el abuelo de Caracol, que a Camarón y al célebre Popá Pinini, el gitano que alborotaba la calle Nueva de Utrera cuando se emborrachaba.

Y para acabar, como suele ser habitual en este buen cantaor, un fandango del Carbonero dedicado a Pastora y el Pinto, quienes no se fueron de este mundo el mismo día, como dijo en su letra, pero tampoco vamos a pelearnos por eso. Detrás llegó el maestro Tomasa y lo primero que dijo don José es que es de la Alameda de Hércules, como si hiciera falta decirlo. A su lado un guitarrista nacido en Francia, pero que vive, ama y fabrica su música en Utrera, Antonio Moya. Malagueñas para empezar, con remate abandolao. Aún no había llegado el temple, que lo hizo en una larga tanda de soleares de Alcalá y el Chozas viejo, entre otras.

La jondura había llegado, pero, además, esperábamos ya esas letras suyas por fandangos, sentencia pura, envueltas en preciosas músicas de Antonio el de la Carsá y el Chiquito de Camas, el heredero musical del Bizco Amate. Luego, con el cantaor ya borracho de gusto, los tarantos, las seguiriyas de Tomás el Nitri, Cagancho, Tío José de Paula y el Señor Planeta, cante que divulgó su abuelo materno, Pepe Torre. Y la toná. Se fue cuando comenzaba a cantar con jondura, cuando la boca le sabía a sangre. Pero era la hora del baile, la hora de Adela Campallo. Dos genios del cante para bailar, el Extremeño y Juan José Amador, desgranando cantes del campo para que Adela bailara unas seguiriyas portentosas, aunque demasiado agresivas.
Ella es puro nervio y parece que le quemaba la ropa. Y para acabar, soleá, donde templó mejor el baile. Es mucha Adela esta Campallo del Cerro del Águila, sentimiento puro y fuerza, flamenquería. Gran noche de flamenco, pero de flamenco de verdad. Hubo aficionados y los hubo de los barrios y de los pueblos, y hasta franceses, alemanes, italianos y americanos. Buscaban el pellizco y lo encontraron.

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